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El alcance de un comentario en Internet · Opinión

Las redes sociales, entre lo público y lo privado

Con frecuencia nos sorprendemos cada vez más con noticias relacionadas con comportamientos poco adecuados en las redes sociales. Comportamientos relacionados no solo con los niños y con los jóvenes, sino también con los adultos.

¿A qué se debe este hecho? Hasta la llegada del mundo digital, las personas se socializaban, primero y ante todo en la familia, y más tarde también en la escuela, en el trabajo y en sus relaciones cotidianas, aprendiendo a reconocer y a diferenciar los comportamientos y las actitudes públicas de aquellas otras más propias del ámbito privado, adquiriendo así conciencia de cuál tenía que ser su actuación en cada uno de estos dos ámbitos.

Las redes sociales han venido a complicar este escenario, confundiendo lo público con lo privado. A veces con conciencia privada (ej. grupos de WhatsApp) se actúa, en efecto, públicamente, y se dicen cosas inconvenientes. Es como si los adultos regresasen a la infancia, ajenos por completo a las consecuencias de sus actos.

En la nueva era digital se ha producido así un declive de los modos y de las maneras asociadas a los comportamientos públicos. Y con este declive ha ido desapareciendo también aquella conciencia ciudadana que hacía responsable a cada uno de sus actos, ante sí mismo y ante los demás. Por eso, ante determinadas situaciones, como la de la madre del grupo de WhatsApp, las respuestas suelen ser, en el mejor de los casos, del tipo, "no era mi intención", "no quería ofender". Son los lamentos de quienes, como los niños, anteponen sus propias razones a las ajenas, alegando una ignorancia que no constituye motivo de vergüenza. "No hubo temeridad en sus palabras, solo desconocimiento", dice la inspectora de educación, en referencia a la madre que agravió a la profesora.

Toda esta situación tiene lugar, además, en un contexto social cada vez más individualista, en el que las instituciones retroceden y pierden prestigio, convertidas en esferas al servicio de los sujetos. La educación es un ejemplo claro de todo ello. La confianza casi absoluta que los padres tienen en sus hijos -"solo puse lo que mi hijo me decía", comenta la madre del grupo de WhatsApp-. Unos hijos a los que se quiere satisfechos y felices y a los que se considera depositarios de los mejores designios, acentúa la desconfianza en aquellas instituciones que, como la escolar, se encargan también de educarlos y de ponerles límites.

En no pocas ocasiones se genera así un desencuentro entre quienes piensan en el niño y quienes lo hacen en los niños, un desencuentro que es todavía mayor cuando se sitúa al niño frente al alumno. La madre de la noticia afirma, "os voy a decir lo que está sufriendo mi hijo"; la profesora comenta, "me gusta despertar en ellos la creatividad". Dos lógicas distintas, una personalista, centrada en el hijo; la otra más atenta al colectivo. Una más preocupada por liberar al niño, haciendo de él el más feliz de todos los seres, el más independiente y el más capaz; la otra más atenta a integrarlo entre sus semejantes. Dos maneras de pensar la educación que no están llamadas a encontrarse. La madre quiere que el niño sea niño en la escuela; la profesora pretende que lo sea a través de la acción de la escuela, en medio de los que, como su hijo, son niños como los demás.

Pongamos, para finalizar, en relación las dos partes de la noticia. La madre actúa privadamente, a través del grupo de WhatsApp, relatando hechos personales, con una conciencia privada e individualista focalizada en el yo, el propio y el de su hijo. Desde este punto de vista, las demás personas, desposeídas de su rol institucional no son más que individuos. Os digo -comenta la madre en el grupo de WhatsApp-"que controléis a vuestros hijos y le preguntéis por esta individua", en referencia a la profesora agraviada. Individuos a los que se atribuyen todas las responsabilidades, en la misma medida en la que uno mismo se descarga de ellas. De ahí las demandas crecientes que soportan la mayoría de las instituciones educativas, precedidas de motivos y de razones personales, expuestas a la vez como disculpa y como queja.

Es como si el mundo se estuviese convirtiendo en un gran parque infantil, en el que cada uno juega su particular juego. Un juego en el que nadie quiere saber de reglas, empleando sus propias estrategias, siempre dispuesto a protestar si alguien frustra sus expectativas en el juego.

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