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La fuente luminosa

García Alén apadrinó el proyecto en 1971, pero la obra se hizo doce años después por Rivas Fontán

A principios de los años 70, Pontevedra sufría un descontrolado proceso de crecimiento urbanístico, más vertical que horizontal, pero carecía de un modelo de ciudad con personalidad propia. No tenía claro el camino a recorrer en su futuro inmediato.

Entonces las fuentes luminosas causaban furor en toda España como ornamentos distintivos de las plazas más importantes. Y algún personaje influyente pero no identificado, sugirió en los aledaños del Ayuntamiento la conveniencia de dotar a esta ciudad de un artificio semejante para su mayor realce como capital de provincia.

Una corporación encabezada por Augusto García Sánchez se encontró de buenas a primeras en verano de 1971 con un doble proyecto de fuente luminosa del ingeniero O.T. Buhigas encima de la mesa sin previo encargo, ni acuerdo al respecto. Así se hacían muchas cosas en aquel tiempo tan distinto.

El concejal delegado de Vías y Obras, Alfredo García Alén, dio carta de naturaleza a aquel ofrecimiento por medio de una moción a posteriori, donde planteó al pleno municipal la conveniencia de darle "un cauce legal". A tal efecto propuso la designación de un comisión interna para estudiar el proyecto en cuestión y buscar un emplazamiento idóneo.

La propuesta de Alén no gustó a todos los concejales por igual. Abierto el debate durante un pleno celebrado a finales de aquel mismo año, Argimiro Rivas Castiñeiras puso el grito en el cielo, se cerró en banda y anunció su voto contrario. Como miembro de la comisión de Hacienda, recalcó que la situación económica era la que era, o sea mala. En consecuencia, el Ayuntamiento no estaba en condiciones de permitirse un gasto semejante en algo que consideraba superfluo.

La concejala Teresa de la Sota Martínez y el concejal Julián García Cacho se alinearon con la postura de su compañero díscolo y mantuvieron que había "muchas necesidades" más urgentes e inaplazables, sobre todo en el rural pontevedrés. Razones no faltaban a estos ediles.

El alcalde García Sánchez, que fue un hombre bastante respetado por su corporación, tuvo que emplearse a fondo en la trifulca montada. A don Augusto no le disgustó el proyecto y terció en favor de la fuente luminosa.

El Ayuntamiento siempre tenía "necesidades pendientes", pero ese argumento no podía frenar la puesta en marcha de iniciativas loables. Eso argumentó el alcalde para poner de su lado a los demás concejales y la moción presentada por García Alén salió adelante con los tres votos en contra de Castiñeiras, De la Sota y Cacho, que se mantuvieron en sus trece.

Los presidentes de las comisiones de Vías y Obras, Hacienda y Cultura, respectivamente, García Alén, Calvar González-Aller y Abalo Alfonso, junto al concejal delegado de Parques y Jardines, Barreiro Álvarez, integraron el grupo de trabajo para alumbrar aquel proyecto.

No pocas veces la creación de estas comisiones especiales en el seno de organismos oficiales resultaba el mejor camino para el embarrancamiento de los proyectos encomendados. Y eso sucedió también en este caso.

Entre las dos propuestas ofrecidas por el ingeniero Buhigas, el grupo de trabajo se decantó por la opción A: una fuente luminosa con seis juegos de agua, 245 combinaciones de agua-luz durante cada ciclo total de cuatro horas de duración y 21 cambios de color. Su presupuesto ascendió a 1.400.000 pesetas.

En cuanto a su la localización más idónea, primero se barajó la Plaza de Galicia, cuya fisonomía tenía poco que ver con su diseño actual; estaba mucho más constreñida por su entorno urbano. Los cuatro ediles descartaron este emplazamiento porque no reunía las dimensiones suficientes, ni tampoco ofrecía la perspectiva necesaria para una correcta visualización desde todos los ángulos.

Más tarde se pensó en la Plaza de España y se propuso la idea de instalar la fuente en el lugar donde estaba el monumento a los héroes de Pontesampaio, y retranquear éste hacia la entrada de la Alameda. Sin embargo, no tomó cuerpo la idea de entroncar ambas cosas, tal y como se hizo finalmente.

El desarrollo de esta segunda alternativa presentaba varios inconvenientes notables que terminaron por descartar su ejecución. Por una parte, el coste del traslado del monumento se estimaba en 300.000 pesetas y encarecía el montante total. Por otra parte, la perspectiva necesaria para el disfrute de la fuente luminosa exigía la tala de varios árboles nobles. Y finalmente, la estética resultante con la fuente delante y el monumento a su espalda, no acabó de convencer a los miembros de la referida comisión. Todos convinieron que la Alameda estaba bien como estaba y parecía mejor no tocarla.

Alén, Calvar, Abalo y Barreiro pensaron después que Pontevedra necesitaba nuevas zonas verdes, en alguna de las cuales la fuente luminosa encontraría su ubicación ideal.

Entonces pusieron sus ojos sobre la Plaza de Barcelos, que no acababa de librarse de su pasado histórico como Campo de la Feria. En aquel tiempo acogía el mercadillo ambulante y hacía las veces de gran parking central, cuando la ciudad todavía no contaba con ninguno.

La comisión especial también se hizo eco de las "innumerables cartas" recibidas en el Ayuntamiento y remitidas por "vecinos de todas las clases sociales", que reclamaban el ajardinamiento del lugar y la instalación de un parque infantil. O sea blanco y en botella.

El informe elaborado unió la suerte de la fuente luminosa al ajardinamiento de la Plaza de Barcelos, en cuyo centro geométrico se propuso su montaje definitivo. Y fijó un presupuesto máximo de dos millones de pesetas.

La propuesta obtuvo el respaldo unánime de la corporación municipal y se acordó la convocatoria de un concurso para acometer su ejecución, tanto la urbanización de la plaza para convertirla en zona verde, como el montaje de la fuente luminosa a modo de elemento decorativo.

Finalmente, ambas cosas terminaron por hacerse, pero unos cuantos años después y de forma bien distinta, cada una por su lado.

stylename="070_TXT_inf_01"> lopez.torre.rafael@gmail.com

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