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La Ley de los Presupuestos Generales del Estado (que así, con mayúsculas, se nombra) nos permite volver una vez más sobre los sueldos de quienes gobiernan y administran el Reino de España. Se supone que el interés de todos los ciudadanos está en que el país quede en manos de las personas más eficaces y preparadas que haya, siendo así que de ellas dependen nuestras finanzas, nuestra salud, nuestro bienestar y la educación de nuestros hijos. Cabe esperar, pues, que tales personas, que existen, se vean tentadas a aceptar los cargos de mayor responsabilidad. Quizá se piense que el prestigio inherente a la cartera de ministro, o el ansia de poder, son tentaciones suficientes. Porque el sueldo que se ofrece a quienes ocupan los escalones más altos de la administración pública resulta, desde luego, ridículo en términos comparativos. El presidente del Gobierno no llega a 80.000 euros brutos; un vicepresidente o un ministro, 10.000 euros menos. Mucho, si se compara con lo que cobra un maestro de escuela o un médico de la sanidad pública. Pero, dentro de la política, un diputado, si no forma parte de ninguna comisión, gana poco menos que un ministro. Y en la legislatura pasada solo 21 de las 350 señorías se encontraban a fin de mes con el sueldo a secas. Habida cuenta de la diferencia de responsabilidades y trabajo entre los diputados -no digamos ya nada de los senadores- y los integrantes del Gobierno, la situación es absurda.

Cualquier ejecutivo de las empresas que cotizan en Bolsa cobra mucho más por su trabajo y, de hecho, quienes abandonan la política cuentan a menudo con ofertas de trabajo que cuadriplican o quintuplican como poco lo que ganaban gestionando los apartados más sensibles de la administración. Con lo que aparece un problema fácil de entender: tenemos a los gestores que cabe esperar con los salarios que se les paga.

Cierto es que, en términos generales, la clase política actual da grima cuando se compara con aquella que hizo la transición desde la dictadura del general Franco al Estado de Derecho. Quizá sea por eso que algunos de los políticos actuales, incluyendo los más pintorescos de todos, abominen de aquellos tiempos: cuando se les compara con Suárez, Carrillo, Felipe González o Fraga Iribarne entran ganas de llorar. Pero qué duda cabe de que quienes conducen una multinacional estarían de sobra preparados para gestionar los apartados más difíciles del Gobierno. Siempre que se les pague un sueldo acorde con su preparación y con la responsabilidad que se les echa encima.

Pero no. Pagamos miserias (relativas) y tenemos lo que tenemos. Gestores que, a menudo, vienen de las filas nutridas de las juventudes de su partido, no han trabajado jamás en ningún empleo de verdad y, si tienen una carrera, es para lucir el título en la pared del despacho. Quien se extrañe de que gentes así ocupen cargos muy altos deberían repasar las cifras de los salarios.

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