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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Influencia de los millonarios

El dinero -hablo del mucho dinero en pocas manos- suele comparecer en la política a través de agentes vicarios. Y es rara la intervención directa de un multimillonario en la vida pública pudiendo ejercer su influencia de forma más discreta por intermediarios y personas interpuestas.

En España, durante el periodo republicano, se debatió mucho sobre la influencia de don Juan March, el multimillonario mallorquín, tanto en el advenimiento del régimen que siguió a la monarquía borbónica como en los acontecimientos que dieron lugar a la sublevación militar. Una influencia que el propio March negaba rotundamente.

Lo cuenta Josep Pla en una de sus sabrosas crónicas. El escritor catalán se encuentra al financiero mallorquín a las puertas del hotel Palace y este se le queja amargamente por las noticias surgidas a propósito de supuestas actividades suyas relacionadas con la corrupción política. "¿Usted se cree -escribe Pla- esto de las corrupciones? ¿Cree usted que tengo el dinero fácil? ¿Le voy yo a dar nada a nadie sin estar completamente seguro? Usted ha hecho artículos para mi periódico de Mallorca a tres duros cada uno. Yo jamás he dado nada a nadie. Pero, ¿qué se ha creído esa gente? Se deben de pensar que me he vuelto loco". Pla considera el razonamiento de una lógica aplastante.

Han pasado muchos años de aquello y la corrupción, en sus diversas formas, continúa siendo uno de los ingredientes habituales del quehacer político. Aquí, y en todas partes.

Estos días, y a propósito de Donald Trump y de su gobierno, se ha polemizado bastante sobre la presencia directa de multimillonarios en la gobernanza del país más poderoso del mundo. Y algunos quisieron interpretarla como un síntoma de que el gran capital se ve cada vez más seguro de su fuerza y ya no necesita de intermediarios, ni de políticos profesionales, para manejar todos sus intereses. Entre otras cosas porque el principal argumento de los millones de votantes de Trump (según ellos mismos lo reconocen en las encuestas) es que prefieren a un empresario en la Casa Blanca que no a un estirado político de la élite de Washington. Un argumento que adolece de cierta grosería intelectual porque, por una parte, el empresario metido a político tiene una trayectoria financiera azarosa y trufada de escándalos y suspensiones de pagos, y por otra, figura en un discretísimo lugar en la lista de los más ricos del mundo.

A Trump se le atribuye una fortuna cifrada en 4.500 millones de dólares y a los miembros de su gobierno, tomados en su conjunto, otra de 11.000 millones. Casi calderilla si la comparamos con los dineros que se le atribuyen a Amancio Ortega, un discretísimo vecino de la ciudad donde resido del que nunca se han conocido sus opiniones políticas.

Al margen de todo ello, hay que reseñar que la mayoría de los presidentes de Estados Unidos (o aspirantes a serlo) han sido personajes de una más que discreta potencia financiera. Aunque el más conectado, por vía familiar, con el gran capital fue Nelson Rockefeller, asesor influyente con Roosevelt, Truman y Eisenhower y vicepresidente con Gerald Ford tras la renuncia de Nixon por culpa del Watergate. Dentro de las filas del Partido Republicano estaba catalogado como "progresista".

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