El filósofo estadounidense Sidney Hook expuso en el prólogo de sus memorias, tituladas Out of Step, una serie de objetivos que se había propuesto al sentarse a escribir el libro. Uno de ellos consistía en no hablar de su familia ni de sus amigos. También había procurado evitar hacer referencias a las personas que todavía estaban vivas cuando la obra se iba a publicar. Los incidentes personales que había experimentado el autor no eran, según él, de interés general. Se trataba de una autobiografía política e intelectual: su vida privada, como no podía ser de otra forma, tenía que quedar fuera del texto. Esas supuestas reglas fueron razonablemente infringidas en las páginas posteriores. Basta con echar una ojeada al índice onomástico y leer el brillante capítulo dedicado al atormentado Whittaker Chambers, el espía soviético arrepentido que testificó en el "caso Hiss", para descubrir la inevitable contradicción.

Es que Hook, además de profesor universitario e investigador, fue un intelectual neoyorquino y, como tantos otros que pertenecieron a aquel célebre grupo de pensadores de origen judío, se había involucrado política y personalmente en muchas de las batallas ideológicas del siglo XX. Cuando Hook abandonó el comunismo (debido entre otras cosas a las purgas de Stalin), no solo había renunciado a una corriente de pensamiento: se había distanciado de "la familia", como popularmente se conocía a estos intelectuales, con todas las repercusiones emocionales que un acontecimiento semejante puede tener en la vida de uno. Norman Podhoretz, otra figura representativa de aquella época que acabó convirtiéndose en uno de los buques insignia del neoconservadurismo más radical, tituló a una de sus obras memorísticas Ex-Friends [Examigos], un ajuste de cuentas con los viejos camaradas progresistas. Daniel Oppenheimer ha llegado incluso a sugerir que la ruptura de Podhoretz con la izquierda tuvo lugar como consecuencia de una mala crítica que había escrito su amigo el novelista Norman Mailer sobre Making It, otro libro suyo, lo que le condujo a una larga, tortuosa y (al parecer) iluminadora depresión. (También es, cómo no, la teoría del propio Mailer).

Arthur Koestler dijo que la gente escribe autobiografías principalmente por dos motivos: el "impulso del cronista" y el "motivo del ecce homo". El primero "expresa la necesidad de compartir la experiencia en lo que se refiere a los acontecimientos exteriores" (en esta categoría se encontraría, por ejemplo, Defoe y su Diario del año de la peste) y el segundo "expresa la misma necesidad en lo que se refiere a los acontecimientos más íntimos" (aquí hallaríamos a san Agustín y sus Confesiones). Una buena autobiografía, según Koestler, debería ser una síntesis de ambos, pero esto -se lamenta- pocas veces ocurre: "La vanidad de los hombres en su vida pública se resta al valor autobiográfico de sus crónicas; la obsesión del introvertido consigo mismo hace que descuide el paisaje histórico en cuyo centro se mueve". Él lo consiguió: los diversos volúmenes que componen sus memorias son unas obras maestras del género precisamente porque en ellos se combina con agudeza la crónica periodística y el testimonio vital. Aunque también cayó en algunas de las trampas propias de este tipo de relatos. No es fácil hablar del pasado de uno mismo sin caer en la tentación de reconstruirlo.

Ocurre que la historia intelectual no es un simple catálogo cronológico de las ideas. Necesitamos saber en qué contexto histórico esas personas decidieron tomar partido por una ideología o por un partido político, claro, y por qué sintieron la necesidad de expresarlo públicamente. Pero también conviene tener en cuenta, sí, los acontecimientos íntimos, ya que estos pueden explicar en ocasiones el origen de una repentina caída del caballo y el entusiasmo ideológico ulterior que acabó derivando en un intenso compromiso con una causa anteriormente detestada. El drama humano que padecen los hombres y mujeres que se hallan detrás de las ideas. La vida, ay, arrojando luz sobre los rincones oscuros de la obra.