El espléndido aislamiento (the splendid isolation) es una política diplomática practicada durante décadas por el Reino Unido para evitar alianzas y enredos indeseables. En hacerlo con cierta mesura consistía su virtud. En quedar totalmente aislados, el gran error. Algunos historiadores utilizaron el término para describir la política exterior perseguida por los británicos desde el siglo XIX con Disraeli y Lord Salisbury. En cualquier caso, abusar de la posición geográfica para mantenerse absolutamente al margen de Europa únicamente ha resultado bien como simple metáfora de la insularidad. Por lo general, al Reino Unido no le ha ido mal manteniendo una buena voluntad hacia el continente, y al continente tampoco haciendo lo propio con el Reino Unido. Ahora ha llegado un momento crucial para las relaciones entre los británicos y los países de la UE, un desenredo que supera las expectativas del splendid isolation que excluye aliarse más de la cuenta pero también los malos negocios. Por decirlo de alguna manera, la salida británica de la Unión Europea dejará un agujero en la economía de Reino Unido de 142.000 millones de euros y afectará de forma directa a los 3,3 millones de europeos que viven en el país y a 1,2 millones de británicos residentes en suelo europeo. Theresa May quiere evitar los efectos catastróficos y por eso se ha dirigido a Bruselas para pedir, a la vez, la negociación del acuerdo de salida y del estatus comercial futuro. Angela Merkel, no cuesta entenderlo, ha respondido que primero se sale y que después se negocia cómo va a ser la relación con quien ha decidido por su cuenta y riesgo marcharse. La Europa unida tiene que dejar claro que quien elija irse no lo hará con trato preferencial. De lo contrario estará sembrando el mal ejemplo entre los socios.