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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Clara vocación de ganar

El domingo pasado tuvo lugar en Madrid un acto de afirmación de fe en la socialdemocracia. Para entendernos mejor, de la socialdemocracia moderada que gobernó España durante 22 años, primero bajo la presidencia de Felipe González y después de Rodríguez Zapatero. Esa socialdemocracia que, junto con la derecha que procedía del franquismo, fue uno de los pilares institucionales sobre los que se asentó el bipartidismo surgido de la Transición (conviene no olvidar que Suárez fue el último secretario general del Movimiento y Fraga el ministro de propaganda de la dictadura). Y al acto de afirmación, como a todos los de esa clase, acudieron cientos de entusiastas militantes movilizados en autobús y una selecta relación de miembros de la "nomenclatura", algunos de los cuales, aunque no se pueden ver ni en pintura entre ellos, hicieron un esfuerzo para aparentar cordialidad.

No es un secreto para nadie, por ejemplo, que Felipe González y Alfonso Guerra no se llevan precisamente bien. Y lo mismo ocurre a otros niveles y con otras personas. Pero la ocasión lo merecía, porque de lo que se trataba, como dijo Elena Valenciano que fue vicesecretaria del partido con Pérez Rubalcaba de secretario general, era de "salvar al PSOE". Una situación de emergencia derivada de la millonaria pérdida de apoyos electorales y del enfrentamiento entre los aspirantes a ocupar el liderazgo.

Las heridas a curar son muchas, pero la más profunda de todas fue el golpe palaciego que acabó con la dimisión de Pedro Sánchez y la toma de poder por una gestora presidida por Javier Fernández, el actual presidente del Gobierno del Principado de Asturias. La labor de apaciguamiento del señor Fernández ha sido muy elogiada en medios habitualmente hostiles con el socialismo moderado pero que lo prefieren mil veces antes que ver a Podemos al frente de las instituciones. Y hasta tal punto llegaron los elogios al asturiano que hubo quienes lo propusieron como solución de emergencia al frente del PSOE mientras se buscaba un líder de toda garantía para afrontar el rescate del electorado perdido.

No hubo oportunidad y ahora estamos abocados a unas elecciones primarias en las que hay tres candidatos, el mentado Sánchez que aspira a volver al cargo aupado por la militancia de base, el vasco Patxi López, cuyo mayor mérito político es haber sido lehendakari con el apoyo del PP, y Susana Díaz, la presidenta andaluza que gobierna con el apoyo parlamentario de Ciudadanos.

De los tres, la favorita de los pronosticadores es Susana Díaz aunque dada la poca fiabilidad que merecen últimamente los profesionales de la anticipación nada puede darse por seguro. Y sobre lo que representa el proyecto político de la señora Díaz, el acto multitudinario del ferial madrileño tampoco nos dio ninguna pista. Salvo el enorme afán competitivo de la candidata que insistió continuamente en su deseo de ganar. "Quiero un PSOE ganador", "Gobernaremos desde la victoria", "Me encanta ganar", "A ganar por España y por el PSOE", proclamó desde la tribuna entre el entusiasmo general. Luego, se mostró orgullosa de ser andaluza y de pertenecer a la casta de los fontaneros (su padre lo es).

Es simpática doña Susana. Me recordó una copla de Lola Flores en la que esta se decía del linaje del Faraón.

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