Cuando hablamos de universidades en Galicia, no son pocos los que reparan críticamente en un hecho objetivo: tenemos tres y siete campus universitarios. Y, sin embargo, no parece justo criticar algo que ha derivado en un provecho social que a menudo obviamos: la Ley de Ordenación del Sistema Universitario en Galicia, de 1989, y el posterior decreto de segregación de centros y servicios de la Universidad de Santiago de Compostela, de 1990, supusieron el acercamiento de titulaciones superiores a segmentos de población que, de no haber sido así, posiblemente nunca habrían tenido acceso a estudios universitarios, o, en todo caso, lo habrían hecho con un gran esfuerzo económico y personal.

Fueron, pues, normas que extendieron un derecho constitucional, el de la educación, al ámbito universitario y, extendieron, por tanto, la igualdad de oportunidades. Si hay un elemento con capacidad para 'homologar' las condiciones de vida de los ciudadanos son la educación y la formación. No hay ninguna duda de que Galicia es hoy una comunidad mejor formada que hace treinta años.

Si en algo ha fallado el sistema universitario gallego (y seguramente no es el único) es en la duplicidad (o triplicidad) y rigidez de su mapa de titulaciones. También en cierta miopía sobre la demanda real de especializaciones, debido en buena parte a esa vieja tendencia a la estanqueidad entre el mundo de la universidad y el de la empresa, de la que ambas partes tienen su grado de responsabilidad. Frente a lo que sucede en otros países, sobre todo anglosajones, a veces da la impresión de que universidad y empresa se mueven en órbitas distintas, pese a los esfuerzos de muchos profesores y catedráticos -lo hemos comprobado fehacientemente en el Círculo- a favor de la colaboración con empresarios.

Se trata ahora de aprovechar el momento de redefinición del mapa de titulaciones y de aprender de los errores de nuestro pasado, en el que en más de una ocasión nuestras universidades dieron pie a tristes titulares que resaltaban la escasa -escasísima- aceptación de algunos centros universitarios donde el número de profesores superaba al de alumnos. Un lujo que, evidentemente, ya no podemos permitirnos.

Es complicado definir cuáles serán las necesidades sociales, económicas, empresariales, a diez años vista, máxime cuando se habla de un nuevo ciclo económico, de revolución tecnológica y de la vertiginosidad de los cambios. No es descartable que materias que hoy parecen una garantía de futuro laboral (matemáticas, física, biotecnología) cedan ese primer plano, y que, al contrario, otras que hoy parecen agonizar (humanidades, cuidados personales) se ajusten más a las demandas o necesidades de una sociedad que previsiblemente tendrá una visión del mundo y una concepción de la vida diferentes.

De ahí que quizá no sea tan importante el título del grado, como el contenido formativo e interdisciplinar del mismo.

Si algo ha echado en falta la empresa en los últimos años en una buena parte de los trabajadores jóvenes, recién egresados de la universidad, ha sido la carencia de algunas habilidades personales y sociales que 'dificulta' su incorporación efectiva. Capacidades comunicativas y de interrelación, empuje, esfuerzo, proactividad, adaptación al cambio, resolución de problemas, gestión del tiempo, interés por el aprendizaje continuo, empatía? Algunas de esas habilidades forman parte de la propia personalidad, pero muchas otras han de ser aprendidas y 'machacadas' durante el proceso educativo y formativo del trabajador? También del empresario.

Se echa en falta también una mayor implicación del profesorado en la empresa (quizá también viceversa), un canal directo de diálogo a través del que transmitir, de forma biyectiva, las necesidades y potencialidades de uno y otra, más allá de la rigidez del título o nombre de un grado, o del lenguaje de un departamento universitario.

En no pocas ocasiones hemos vuelto los ojos hacia Silicon Valley, un referente internacional surgido al amparo de una universidad, la de Stanford, e impulsado por uno de sus profesores, Frederick Terman. No es un modelo fácilmente replicable, como lo demuestra el hecho de que ni siquiera se ha conseguido en otros estados norteamericanos que lo intentaron. Pero hay más, que han sido posibles gracias a la implicación de su universidad con el proceso de creación de startups o de proyectos de futuro. Israel es otro ejemplo de coordinación entre instituciones públicas, universidad y empresa, que fijan y trabajan conjuntamente en iniciativas que miran hacia el porvenir.

Hace algo más de una década se hablaba en Galicia de esa triple hélice. Adaptar el mapa de titulaciones a la demanda real puede ser una oportunidad para avanzar en ese sentido: para lograr una colaboración más efectiva y un universitario más versátil.

Presidente del Círculo de Empresarios de Galicia