La posibilidad de instalar una fábrica de coches premium eléctricos y baterías en Galicia de la empresa Tesla, una oportunidad histórica, ha sido acogida desde la distancia, casi con total incredulidad sin ni siquiera haber dado en serio los primeros pasos para conseguirla. Cierto que no conviene levantar falsas expectativas, ni mucho menos, pero también que Galicia goza de condiciones tan favorables como el mejor de los candidatos. Si no más que muchos de ellos. Todavía está muy presente el bochorno de la fallida inversión de Mitsubishi a comienzos de la década. No podemos seguir cautivos del "síndrome de Salvaterra". Si los deberes se hubieran hecho a su debido tiempo, tal vez el gigante nipón estaría ahora fabricando en el área de Vigo con la mayor planta de baterías de coches eléctricos de Europa. Y Tesla tendría otro argumento más para asentarse aquí. Aunque ha habido avances en otros frentes, todavía no hemos extraído todas las lecciones de aquel bochorno. A qué esperamos.

En 2009, las multinacionales japonesas Mitsubishi y GS Yuasa Corporation seleccionaron el Área de Vigo para instalar su megafábrica de baterías eléctricas en Europa, llamada a ser la mayor del continente. La comunidad pasó los cortes de las sucesivas visitas de los ejecutivos nipones y llegó a la fase final previa a la decisión junto a un reducidísimo grupo mundial de candidatos al emplazamiento. Antes había desbancado en la final española a Puertollano, que era la otra ubicación alternativa. La europea iba a disputarla con una región austríaca. Finalmente, el tsunami de Japón se cruzó por el camino, las multinacionales desistieron de la inversión y la lotería se quedó en nada.

Aunque mucho antes de aquella catástrofe natural, Galicia ya había perdido la ocasión no por falta de competitividad, sino por no tener desarrollado a tiempo el puerto seco de Salvaterra de acuerdo con los plazos iniciales previstos. Si el polígono de la Plisan estuviese ejecutado como debería y con todas las garantías jurídicas con las que no contaba, el grupo nipón carecería de argumentos para mantener en el aire su añorada inversion en la planta. Por contra, las enormes dificultades para instalarse en el mismo ante la desastrosa planificación del suelo y el eterno litigio jurídico de las expropiaciones acabaron por diluir los planes de las multinacionales japonesas hasta que el el tsunami le asestó la estocada definitiva. Ni en Salvaterra ni en Tomiño ni en Nigrán ni en O Salnés ni en ningún otro sitio explorado se consiguió reunir los 250.000 metros cuadrados requeridos.

Lamentablemente no fue el único fiasco en nuestra historia reciente. En los pasados años ochenta, en plena reconversión del naval, Toyota, el segundo fabricante de coches del mundo tras Volkswagen, sondeó terrenos en la comunidad, sobre todo en el área de Vigo, para establecer una planta de coches que luego acabaría en Francia. En esa ocasión no fue la falta de suelo, que de aquella había y barato, sino la conflictividad laboral que se vivía en la comarca por la herida de los astilleros. Y como no hay dos sin tres, en la década del 2000, la alemana BMW también exploró la posibilidad de asentarse en Galicia, pero tampoco fraguó, esa vez por las mismas razones que fracasó Mitsubishi: falta de suelo a precios razonables, entre otras.

Ahora el anuncio de Tesla de instalar su primera gigafactoría en Europa vuelve a poner a prueba las condiciones que puede ofrecer Galicia para situarse entre los posibles candidatos. Tesla, empresa de Silicon Valley, California (EE UU), nace por una visión de su impulsor: que el transporte del futuro necesita ser sostenible, propulsado por electricidad y autónomo, sin conductor. Tiene 14.000 empleados, 4.000 millones de dólares de ingresos y lleva años diseñando y vendiendo coches alimentados por baterías especiales. Empezó fabricándolos de lujo, por encargo, para desmontar el mito de la lentitud y la escasa autonomía. Ya lanza unidades de muchos caballos de potencia, equiparables a las de gasolinas, que recorren 400 kilómetros sin repostar. El objetivo para dentro de una década: llegar a producir a gran escala, para el público en general, turismos eléctricos a precios asequibles. Entre sus planes estratégicos figura desplegarse en Europa

Hay muchos países del continente interesados en conseguirla. En España ya se han ofrecido Valencia, Navarra, Andalucía, Asturias, Cataluña y también Galicia. Fuera del país hay propuestas firmes de Francia, Finlandia, Alemania, Holanda, Suecia, Reino Unido y varios países del Este. Portugal es uno de los que va a por todas, ofreciendo terrenos, costes salariales bajos y la existencia de minas de litio, componente clave para las baterías de este tipo de vehículos.

Galicia no se ha posicionado de forma clara para captar esta multimillonaria inversión. Más bien, la Xunta sigue la carrera por la futura gigafactoría europea desde una cierta distancia y con la mayor prudencia. Mientras en otras comunidades sí se han producido contactos oficiales y en países como Francia sus ministros de Economía ya han viajado a la sede de la compañía en California como embajadores, aquí no se ha producido acercamiento alguno, al menos que haya trascendido.

Hablamos de una inversión simbólica no por el empleo que pueda generar sino por lo que aporta en transformación, investigación y tecnología diferente. Significa una vuelta de tuerca más para engancharse a una industria del siglo XXI radicalmente nueva, que por sus planteamientos guarda poca similitud con las fábricas clásicas. Para Galicia equivale a reforzar su competitividad en el sector automovilístico, diversificar y apuntalar más esta industria de cara al futuro. Cerrar el círculo perfecto. Marcaría, en definitiva, un revulsivo en la región, y en España, pues sus sinergias positivas transcienden el marco de una comunidad autónoma.

Con datos objetivos, medibles y comparables, Galicia goza de un potencial como ninguna área geográfica para optar con posibilidades a esta implantación por muy difícil que resulte. Por su tradición en la industria del automóvil, por su potencial en el metal, por su mano de obra experta, por su conglomerado de excelentes compañías de componentes, por su polo de innovación contrastado con varios centros tecnológicos como el CTAG, Aimen o Gradiant, por sus condiciones logísticas con un Puerto de Vigo como locomotora de la exportación, por su Ingeniería, por un saber hacer que no se consigue de la noche a la mañana. Instalar aquí una cadena de producción de automóviles es una apuesta segura como lo constata la planta de PSA Vigo, la de mayor competitividad y producción del grupo en Europa.

Pero aún persisten no pocas taras por resolver. De las cosas que quedan por hacer, uno de los lastres no menores es la carencia de suelo industrial disponible donde de verdad se necesita y a precios asequibles. Así lo sostienen aún muchos empresarios. Seguimos sin aprender la lección de cuando se perdió la ocasión de Mitsubishi. Hoy podría ocurrir lo mismo si, por ejemplo, otra multinacional aterrizase en busca de terrenos en los que instalarse. Porque no podría hacerlo. Todavía ahora la Plisan de Salvaterra no está ni se la espera. Otra de las trabas, la sempiterna burocracia que acaba con la paciencia del inversor. Que falta suelo y a precios competitivos lo evidencia que al calor de los nuevos modelos de PSA, decenas de proveedores se hayan asentado en el norte de Portugal por más que los salarios del país vecino sean los más bajos del mercado peninsular. Que la múltiple burocracia lo retrasa todo hasta hacerlo casi imposible lo evidencia el mayúsculo propósito que se ha marcado la Consellería de Industria para atajar por ley de una vez por todas este mal endémico de nuestras administraciones.

Aunque las posibilidades de vincularse a Tesla parezcan remotas, el ejercicio de intentarlo servirá como poco para determinar líneas tácticas fundamentales, unirse por encima de ideologías y partidismos en torno a ellas, confiar en el esfuerzo propio antes que en las soluciones mágicas, redentoras y ajenas, enterrar el viejo modelo productivo, continuar apostando como se está haciendo por la industria 4.0 y redoblar el esfuerzo en innovación, asumir liderazgos, vender bien la comunidad, desterrar complejos localistas y poner muy alto el listón de objetivos para no quedarnos nunca cortos. Trabajar sin denuedo para acabar con las taras que postran a Galicia y exprimir sus ventajas. Todas las administraciones deberían ponerse a ello con determinación. La carrera por Tesla puede ser otra ocasión para ponerse más deberes y superar los pendientes.