La mejora del acceso de la autopista es una reclamación que la ciudad mantiene desde hace años. Quien llega ahora a Vigo por la AP-9 lo hace a través de un corredor desangelado, de estética casi carcelaria y que no hace justicia a la principal urbe de Galicia. Esa situación se arrastra desde hace ya décadas y se agrava -cada vez más- con la contaminación acústica que padecen los vecinos que viven cerca del vial. El jueves Concello, Xunta y Gobierno central mostraron su capacidad de alcanzar acuerdos y desbloquear proyectos clave para Vigo. Ese clima no se puede limitar sin embargo al túnel de Lepanto. Las instituciones tienen en el tramo urbano de la AP-9 un reto igual de estratégico y apremiante. Tienen ante sí la oportunidad de hacer ciudad.
OPINIÓN