Los reyes son casi como los actores porno. Antes eran iguales sin más, porque su trabajo estaba íntimamente unido a la sexualidad y la reproducción (lo que estrechó lazos entre Alfonso XIII, gran impulsor de la industria del porno española, y sus actores). El reciente desarrollo de métodos anticonceptivos y tecnologías de reproducción separó sexo y reproducción, y, de rebote, a reyes y actores porno. Por eso hoy podemos decir que de los actores porno interesa el sexo (algo público) y no la reproducción (algo privado), mientras que de los reyes interesa la reproducción (de interés público) y no el sexo (un asunto privado). Pero esta separación solo se da si los reyes permiten que un funcionario compruebe que usan anticonceptivos en sus encuentros sexuales. O si, menos engorroso, se someten a una vasectomía o ligadura de trompas vigilada por la Guardia Real. Así es la naturaleza de su antiguo y extraño trabajo. O lo toman, o lo dejan.

La incontinencia sexual de Felipe IV, que dejó decenas de hijos pero un solo heredero deforme, la consanguinidad que acabó con la Casa de Austria, la macrosomía genital de Fernando VII que al dificultar su vida sexual causó una crisis sucesoria y las Guerras Carlistas, el servicio de Isabel II a la corona rompiendo la endogamia borbónica con un capitán de ingenieros para traer al mundo a Alfonso XII o la importancia política de bastardos reales como Juan de Austria son algunos ejemplos de la importancia que la bragueta real siempre tuvo. De intimidad, nada. A ver por qué ahora iba a ser diferente.

Por eso es vergonzoso que TVE sea la única cadena que no habla de las grabaciones secretas hechas a Juan Carlos (el rey), incumpliendo su deber de informar y servir al soberano (el pueblo, según la Constitución). Eduardo Inda dice en "laSexta Noche" y en toda su gira televisiva que hay conversaciones íntimas que jamás se publicarán y que la vida privada del rey no es relevante, sino que hubiera pinchazos. ¿Íntimo? ¿Privado? Seamos monárquicos de verdad. Igual que es un deber la protección y manutención pública de los reyes, es un deber vigilarlos, no en secreto sino rutinariamente, porque nos va la monarquía en ello y debemos proteger la línea sucesoria de tan real linaje.