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Sobre una nueva relación entre España y América Latina

Con frecuencia aparecen en los medios declaraciones de políticos y editoriales descalificatorias de la democracia venezolana convertida, según ellos, en una dictadura. La deriva comenzó con Chaves y se ha intensificado con Maduro. Por supuesto que hay graves problemas en la situación sociopolítica venezonala. Pero, ¿y México? Con sus miles de desaparecidos y asesinatos, no merece una palabra de los que critican a Venezuela. O los miles de norteamericanos muertos cada año por armas de fuego, entre ellos cientos de afroamericanos fusilados por las policías de los diferentes Estados. Pero no es la intención de estas líneas analizar tales descalificaciones, cuyo nivel intelectual y ético, de por sí escaso, se rebaja por su utilización grosera como argumento de política interior, sino que me llevan a pensar en la falta de una política latinoamericana de España que sea digna de tal nombre. Imagino lo que haría Francia si su francofonía contase con un continente que hablase francés.

Carecemos de una clara política latinoamericana con objetivos permanentes y proyección de futuro, para la que sean una anécdota los cambios de gobierno, cualquiera que sea la ideología, en los estados americanos. "Los Hitler pasan, los alemanes permanecen" (Stalin dixit). Y los críticos con Venezuela y, en general, nuestros gobernantes, deberían recordar la política de su admirado Franco que mantuvo el comercio con Cuba, a pesar del hundimiento de barcos.

La política oficial es episódica y fragmentaria y depende de la variabilidad de las situaciones políticas, lo que es la negación de una política. Más allá de actos y discursos rituales (madre patria, lazos fraternos, Hispanidad o esa tontería del día de la raza), se observa una incomprensión profunda por parte de nuestros gobernantes de la importancia transcendental que tiene para España lo que ha comenzado en 1492 y parece que están más pendientes de Bruselas con cuya mirada se contempla a Latinoamérica (recordemos la posición común respecto a Cuba), incluso la inversión de las más grandes empresas españolas en Latinoamérica se realiza sin el marco de una política coherente que imponga límites a las actitudes económicas depredadoras de aquellas y un comportamiento ético y solidario con los pueblos.

Esa nueva política latinoamericana debe estar basada en el reconocimiento (por ambas partes) de lo sucedido históricamente desde 1492: crímenes horrendos pero también cosas magníficas, un continente a fines del S. XVI poblado de ciudades, catedrales, universidades, vías públicas, mezcla racial, publicación de relaciones, diccionarios y gramáticas de las lenguas precolombinas, convertidas algunas en "generales" (Kishwa, Guaraní). En 1579 (cuarenta y tantos años después de la caída del inca) en la Universidad de Lima se estableció la primera cátedra de Kishwa. Por cierto, el Instituto Cervantes, en su actuación en Latinoamérica (no solo él, también las universidades españolas,) debería hacer suyas las principales lenguas precolombinas (que son también nuestras) renovando así aquel trabajo auroral de frailes y jesuitas. Muchas de estas lenguas precolombinas resisten hasta hoy e incluso renacen. Por solidaridad con los pueblos que las hablan (a los que llamamos "hermanos") el componente lingüístico debe ser un ingrediente fundamental de esa nueva política con relación a Latinoamérica. Además de hacer desaparecer así una solución de continuidad que lleva a una presencia muy pequeña española en la investigación lingüística de las lenguas americanas, decisivas en la comparación lingüística a gran escala, pues no hay que olvidar que ellas o sus antecesoras fueron euroasiáticas antes de que los primeros pobladores de América cruzasen Beringia, hace tantos milenios.

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