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Ceferino de Blas.

El nuevo vecino

Lucía ha tenido otro hijo, por lo que hay un nuevo vecino en el edificio

Lucía ha tenido otro hijo, por lo que hay un nuevo vecino en el edificio. Hace años, cuando la natalidad no era un problema, reseñar un nacimiento resultaba una licencia poética, aunque ahora casi supone un acontecimiento.

En diecisiete años, al inmueble han llegado tres neonatos: Nuno, del octavo B, que va para adolescente, Dani, del sexto, que ya dejó la guardería y ahora Jaime, que ha nacido en el nuevo hospital. Los que lo precedieron son del Xeral.

Contaba Álvaro Cunqueiro, en un hermoso artículo dedicado a los cinco hijos de Cerezales (y Carmen Laforet), que sonreían en la foto que aquel tenía sobre la mesa de su despacho, que cada vez que los miraba le producían una sensación de ternura.

Algo parecido ocurre a los vecinos adultos cuando se encuentran en el portal a alguno de los niños. Son la alegría de la comunidad. Verlos crecer no solo es un signo del paso del tiempo, es una satisfacción.

Pero cuestiones sentimentales aparte, vayamos al meollo de este comentario. Comparado con lo que ocurre en tantos pequeños pueblos y parroquias rurales donde hace años que no nace ningún niño, lo acontecido en nuestro edificio parece reseñable.

El declive demográfico del Noroeste, donde la dispersión de la población es tan alta, preocupa a las autonomías y a las regiones portuguesas afectadas. Lo han tratado en una reciente reunión. La conclusión es que resulta imprescindible unir criterios, trazar objetivos y conseguir recursos de la UE y los gobiernos nacionales para afrontar el problema.

Lo que acontece con la natalidad en Galicia es grave. Nunca se había llegado a tal grado de envejecimiento de la población.

Al escaso nivel de inmigración, y a la huída de jóvenes a causa de la crisis, se suma un mal mayor: el paupérrimo índice de nacimientos. Hasta el punto de que en algunos pueblos hay más defunciones.

Por fortuna en poblaciones como Vigo, aunque ha descendido la demografía, los natalicios superan a los decesos. Y en algunos barrios la natalidad mantiene cuotas que permiten crecer.

Se debe a que lo habitan matrimonios jóvenes, dispuestos sentir la satisfacción de la paternidad, y a arrostrar los inconvenientes de educar y cuidar a los hijos. Porque ahora, más que nunca, engendrar hijos supone una exigencia diferente de otros tiempos. Especialmente para las mujeres que trabajan, que se ven obligadas a multiplicar sus cargas. Además, el hecho de interrumpir el proceso laboral puede ser causa de inestabilidad en el empleo o perder promociones internas. De ahí que se retrase tanto la natalidad.

Solo las autónomas afrontan más libremente la maternidad en edades jóvenes. E incluso algunas, como Lucía, se atreven a tener dos hijos y a sugerir que no le asusta ir a por el tercero, con la esperanza de que sea una niña.

Allá por los setenta, los matrimonios se fijaban como objetivo la parejita, pero ya es tiempo pasado. Lo que tanto escandalizaba de China, que había fijado la obligatoriedad del hijo único para que no se desmandase la población, aquí lo impusieron los nuevos usos y necesidades sociales. Se introdujo la costumbre del hijo único, pero no como imposición, sino para satisfacer los instintos paternales y no cargarse de responsabilidades. Pero con uno basta.

Hace ya años que el problema de la natalidad, creciente en todo el país, es agudo en Galicia. El frenazo demográfico ha afectado incluso a ciudades como Vigo que, en décadas pasadas, experimentaron un fuerte crecimiento, debido al tirón de la inmigración y a la natalidad interna.

Las perspectivas eran tan favorables que en los años cincuenta, un personaje tan significado como Avelino Rodríguez Elías titulaba así un artículo que enviaba desde el exilio en Asunción: "El Vigo que se avecina. Tendrá un millón de habitantes".

Es evidente que nunca se cumplirán esas predicciones, pero con aproximadamente trescientos mil censados es la mayor ciudad del Noroeste. Y seguirá siéndolo. Por lo que debe estar más interesada que ninguna otra en evitar el declive y poner los medios para aumentar las estadísticas. También el futuro del Noroeste depende de Vigo.

Por eso los hijos de Lucía no solo son una bendición para la familia y una alegría para los vecinos de la comunidad, sino que ayudan a predecir un futuro en el que el nacimiento de un niño no sea noticia.

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