Marescot, conservador a ultranza y ferviente católico. Caamaño, republicano radical y masón practicante. Uno y otro ni tan siquiera estuvieron unidos por la Medicina. Particularmente la asueroterapia abrió una brecha profesional entre ambos que nunca se cerró. De hecho, el trigémino de la discordia dividió aquí a la clase médica, igual que en el resto de España, entre partidarios y detractores del tratamiento ideado por Fernando Asuero.

En síntesis, el método desarrollado por aquel "doctor milagro" consistió en la manipulación del trigémino por medio de un estilete. Su acción sobre este nervio craneal a través de la nariz, provocó alguna curación asombrosa de enfermos paralíticos, aunque sin base científica alguna.

Enviado por el Hospital, acudió Marescot a San Sebastián para conocer la técnica del doctor guipuzcoano. Poco después regresó a Pontevedra, convencido de la bondad del método de Asuero y entregado a su causa.

Por su parte, Caamaño hizo lo propio a la vuelta de un viaje de estudios a París y se detuvo en la capital donostiarra para conocer de primera mano aquella práctica revolucionaria. Y volvió instalado en el bando contrario a la asueroterapia por anticientífica.

El enfrentamiento de ambos doctores resultó muy sonado. Los afectados de hemiplejía y otros trastornos semejantes exigieron la aplicación de aquel tratamiento milagroso en el Hospital. Marescot sí lo hizo, pero Caamaño no y pagó un alto coste personal.

Desde Ramón y Cajal hasta Gregorio Marañón, la gran mayoría de la clase médica terminó por abominar del método Asuero. Eso mismo le ocurrió a Marescot, tras intervenir sin éxito a unos cuantos pacientes. Pero Caamaño nunca recibió la disculpa debida y siempre lamentó mucho aquella feroz polémica.