El problema de Charles Bukowski es la cantidad de imitadores de Charles Bukowski que ha generado desde su aparición. Ya lo dijo Jorge Herralde, su editor en España. Ciertos escritores provocan ese efecto contagio. Ocurre algo parecido con Bolaño o Foster Wallace. Copian su prosa, su sintaxis, sus gestos y hasta sus obsesiones. Comienzan a vestirse de la misma manera, a citar a los mismos autores de cabecera, a beber las mismas marcas de whisky. Y luego lo vuelcan todo en una hoja en blanco, como si estuvieran preparando un cocido, siguiendo con extremado rigor las instrucciones de la receta, a la espera de que el excitante mito ajeno se encargue de destruir sus insustanciales biografías. La literatura se podría definir, de una manera quizás muy simple pero agradablemente clara, como una combinación de texto y vida (en el caso de Borges texto y texto, porque él no distinguía entre libro y existencia), pero lo segundo no se enseña en ningún taller de escritura creativa. He ahí el problema: algo que contar. Vivir para narrarlo.

Laura Ferrero, en Piscinas vacías, escribe las siguientes frases: "La cercanía no tiene que ver con el espacio. Eso es algo que te cuentan de niña". "Los padres que nunca llegan a serlo, lo son para siempre". "Me di cuenta de que en la vida pasan muchos trenes y que coger el primero por impaciencia, por no saber esperar, hace que lleguemos a las estaciones incorrectas". "Entonces no puedo hacer otra cosa que preguntarme si elegir un ideal no es quedarse con la parte muerta de la vida". A veces escribir consiste en eliminar el ruido que produce la realidad a fin de poder escuchar la música que pretende explicarla. Y la autora de las oraciones citadas ha conseguido acabar con las interferencias en la señal, dejándonos, a través de un sabio ejercicio literario de depuración, con una melodía tan limpia que sentimos que nos están susurrando al oído todo lo que queremos (o no queremos) escuchar.

Leer los relatos de este libro, publicado recientemente por Alfaguara, es una manera de sentir lo que uno no ha sentido nunca, de llorar por lo que uno no entiende, de vivir lo que uno no desea vivir. A pesar de eso, nos sentimos inexplicablemente a salvo. Porque alguien está ordenando ese caos con las palabras adecuadas. ¿Acaso no es esa la razón principal por la que acudimos a los libros? Laura Ferrero es todo lo contrario a la imitación: una voz (propia) que se dirige a los lectores sin tener en cuenta a los posibles testigos -críticos y otros escritores- de la conversación. Literariamente honesta y repleta de vidas. Norman Mailer le dijo al entrevistador de "The Paris Review" que le cuesta fiarse del joven novelista que no trata de imitar a Hemingway en su juventud. Yo desconfiaría de aquellos que no escriben con la vitalidad y el talento de Laura Ferrero.