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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

El teléfono en el cine

En un programa radiofónico dedicado al cine oigo hablar a José Luis Garci, director premiado con un Óscar, sobre la importancia que tuvo el teléfono en el desarrollo de las películas antes de la irrupción de los móviles. Se refería, claro está, a los teléfonos fijos, aquellos aparatos negros, de color tricornio de guardia civil, que formaban parte del mobiliario y tenían un sitio preferente en las casas. Normalmente, sobre la mesa de un despacho o en un rincón de la sala, en espera de que alguien los descolgara para llamar o recibir una llamada.

En las redacciones de los periódicos, aún los recuerdo en el interior de unas cabinas a los que reporteros tenían que acudir para enviar una crónica o transcribir un mensaje. Por aquel tiempo, los únicos teléfonos que tenían capacidad de desplazamiento eran los de los coches patrulla de la policía norteamericana que estaban conectados permanentemente con la central de la comisaría. Y desde allí se coordinaban aquellas persecuciones espectaculares de los delincuentes motorizados que tanto nos hacían disfrutar en las salas de cine. Pero fuera de ese caso, los teléfonos permanecían en su sitio a la espera de entrar en acción.

Al respecto, Garci mencionó una obra de 1952, "Cautivos del mal", dirigida por Vincente Minnelli y protagonizada por Kirk Douglas, Lana Turner, Gloria Grahame y Dick Powell, en la que el teléfono era el hilo conductor de varias historias. La película, en su versión original "The bad and the beautiful" ('El mal y la belleza', podría traducirse), está considerada como una de las mejores que se haya rodado en los estudios de Hollywood en los años gloriosos del cine norteamericano.

El teléfono, junto con el tabaco, la bebida y las persecuciones (a caballo, en coche o a pie) fueron un recurso habitual para dar ritmo, intensidad, pausa, y sofisticación al desarrollo de las películas. En tiempos, fui un asiduo a las salas de cine pero no un cinéfilo empedernido y por lo que recuerdo de las muchas películas que vi el teléfono era un elemento imprescindible en la dramatización de una escena.

Sonaba el timbre de un teléfono en una penitenciaría y al condenado a muerte que esperaba la noticia de la conmutación de su pena por el gobernador del estado se le encogía el corazón con la incertidumbre. Sonaba el timbre de un teléfono en el piso donde se ocultaba un huido de la justicia, y este se debatía ante la angustia de no saber si esa llamada procedía de alguien que lo quería ayudar o de alguien que lo quería prender. Sonaba, en fin, el timbre de un teléfono y los autores de un sofisticado plan de estafa recibían la buena nueva de que el pardillo había picado el anzuelo. Y mientras eso ocurría la cámara recogía miradas angustiadas hacia el teléfono que mantenía un ominoso silencio antes de que el timbre sonase.

Claro que no siempre era ansiedad lo que se transmitía por el aparato. También eran buenas noticias, mensajes de amor y amistad, o el eficiente soporte de un diálogo del que los espectadores solo conocíamos una parte. Aquí, en España, tuvimos a Gila, un cómico genial que hizo del teléfono el compañero inseparable de unos monólogos antológicos que pudiéramos incluir en el género del humor absurdo.

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