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Ilustres

Evocación de Rosalía de Castro en piedra y bronce (II)

Transcurrirán cuarenta años, desde que se inaugura en 1917 en Santiago el primer monumento dedicado a Rosalía de Castro, hasta que se erige en Padrón (A Coruña) el que le dedicaron los emigrantes de la villa en Uruguay. A partir de aquí los homenajes escultóricos a la escritora se irán haciendo cada vez más frecuentes dentro y fuera de Galicia, con mayor o menor fortuna en lo que a calidad artística se refiere, pues, en la mayoría de ellos, es más el entusiasmo y la admiración por la poetisa que los recursos económicos que exigen los actos de este tipo.

A menudo, la carencia de estos medios económicos hace que derive en obras muy estereotipadas, preferentemente bustos, placas y monolitos. Con frecuencia en estos encargos resulta difícil implantar lenguajes modernos, porque suelen mantener su adhesión a una tradición basada en una síntesis de raíces locales, llegando a establecer unos criterios formales comunes alejados de cualquier novedad.

Existe, por otro lado, un grupo de obras, dentro del extenso catálogo rosaliniano, que sirve de contrapunto y en las que sus autores evitan caer en localismos y obviedades.

En 1957 se inaugura el monumento a Rosalía de Castro en Padrón, lugar de referencia en su biografía. El autor fue José Mateos, discípulo de Asorey, que se hizo cargo de la obra al no prosperar, por diferentes circunstancias, el proyecto que se la había encomendado al maestro.

El escultor representa a la poetisa de pie con un libro en una de sus manos. A sus espaldas como una prolongación del pedestal, un bloque de piedra apiconado lleva esculpido un relieve que alude a la emigración en una escena de despedida de una pareja de jóvenes ataviados con el traje típico.

En la forma de concebir el monumento y de trabajar el granito se aprecia un recuerdo de la manera de hacer de Asorey, ello se debe no sólo a que Mateos fuera su discípulo sino también a que por estos años el escultor de Cambados estaba en plena madurez y su obra marcaba las pautas a seguir en una buena parte de la escultura gallega. No obstante, en el tratamiento de la figura de rotundos volúmenes y muy condicionada por el alto pedestal hay un alejamiento del maestro. La inauguración que fue muy concurrido contó con la presencia de Otero Pedrayo.

Una de las obras más interesantes de todas las que se han erigido en honor de Rosalía de Castro es la que se le dedicó la ciudad portuguesa de Oporto. De inspiración clásica patente en su sobria elegancia, en su pureza de líneas y su refinada contención. Estos austeros recursos plásticos subrayan cualidades expresivas que sugieren sensibilidad y sentimiento en consonancia con la personalidad de la homenajeada.

El escultor coruñés Xosé Castiñeiras formado en la Escuela de Artes y Oficios de Santiago y con una trayectoria que fluctúa entre el neofigurativismo y la abstracción, realiza en los años ochenta para Pontedeume (A Coruña) un monolito paralelepípedo. En él suaviza los ángulos y traza hendiduras para lograr un plumín que sintetiza el quehacer de la escritora. El artista, que nunca se dejó llevar por el exceso, aquí lo cumple al máximo, ya que en un ejercicio de depuración casi abstracto ha sabido liberarse de la forma sin renunciar a la esencia, al significado. Fue una apuesta atrevida jugando con una economía de recursos extrema.

En 1991 se inauguraba en A Coruña una estatua en bronce dedicada a Rosalía. Su autor es Manuel Ferreiro Badía, artista polifacético de larga trayectoria y con una amplia experiencia en el campo de la escultura pública. Además de formar parte de una interesante generación de escultores gallegos que asumió la responsabilidad, en la segunda mitad del siglo pasado, de llevar nuestra escultura pública por otros derroteros que le permitiesen incorporarse a las corrientes europeas.

En ese mismo año el Ayuntamiento de Ferrol, a raíz de la creación de una nueva plaza dedicada a la autora de Cantares Gallegos, aprueba erigirle una estatua en dicho lugar. Ferreiro Badía será de nuevo el responsable de llevarla al bronce. La escultura con más de dos metros de altura y desprovista de cualquier otro elemento que no sea el libro que sostiene en sus manos, coincide con la de A Coruña. Pero también coinciden en el tiempo, pues solo median dos años ya que esta se inaugura en 1993, y en muchos aspectos formales lo que va a permitir establecer una visión comparativa entre ambas.

En ellas el escultor, con todo su saber apoyado en la práctica y la experiencia, adopta un lenguaje que aunque mantiene los vínculos esenciales con este tipo de encargos, depurando las formas y eliminando cualquier elemento retórico o referencia alegórica presentes en proyectos anteriores. La adecuación del material a la forma, los cuidados puntos de vista que exige la escultura de bulto redondo; la captación de los rasgos físicos del rostro, más cercanos en la de Ferrol; el esquema claro y austero, roto en la de A Coruña por el volumen del chal y el prescindir de lo anecdótico frente a lo esencial, nos lleva a ver como ambas, con apenas diferencias, sintetizan un mismo discurso formal.

En el apartado de los bustos, Villargarcía de Arosa (Pontevedra) en la zona de Carril, le erige uno de los de más interés. Su autoría se debe al escultor Xoan Piñeiro al que en 1975 se le encarga retomar un proyecto que casi veinte años atrás se le había encomendado a Asorey y que, al igual que sucedió en Padrón, aquí tampoco prosperó.

Lo que en 1957 iba a ser una estatua de Rosalía de Castro ahora, cuando lo retoma Piñeiro, se convierte en un busto en el que el artista, con una factura correcta y siguiendo la iconografía tradicional de la escritora, logra captar con fidelidad sus rasgos físicos y cierta individualización, consiguiendo un elegante retrato.

Existe algún otro busto en América que se mantiene en esta misma línea. En determinados casos, bustos, monolitos y pequeñas obras pierden parte de su sencillez y proximidad al ir sobre pedestales inadecuados o rodeados de largos epitafios literarios o infinitas dedicatorias, para vanagloria de algunos.

Después de este sucinto recorrido por la iconografía rosaliniana, se detecta una necesidad de innovación y de buscar nuevas fuentes de inspiración que sepan adaptarse a los cambios que llevan años produciéndose en la escultura pública y que supongan una garantía de éxito para los venideros homenajes en los que la búsqueda de la inauguración, de los inmediato, no haga olvidar el sentido de posteridad que tienen estos homenajes.

*Doctora de Historia del Arte, catedrática de Secundaria

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