Lo que está ocurriendo con el Puerto de Vigo es lisa y llanamente intolerable. Que después de quince años de continuas denuncias de la comunidad portuaria, las trabas y retrasos en el Puesto de Inspección Fronteriza (PIF) sigan lastrando la descarga de mercancías y provocando su fuga a Oporto es inaceptable. Que quince años después su "puerto seco", la Plisan de Salvaterra, llamada a convertirse en la mayor área logística de la Eurorregión, continúe en barbecho, vergonzoso. Que se le excluyese de su condición de nodal en Europa para privilegiar la fantasmagórica terminal de Langosteira, una afrenta que sobrepasa toda "línea roja". Que el relanzamiento del principal puerto de la autonomía siga instalado en el limbo administrativo, nefasto. Y la inoperancia ante todo ello, descorazonadora.

La pasividad siempre termina costando muy cara. Quedó clara en materia aeroportuaria cuando la Xunta, cegada por su visión norteña, aplicaba en Galicia una política errática y partidista que primaba Lavacolla mientras Portugal, consciente de que el enemigo a batir era Vigo, se lanzaba a convertir Sá Carneiro en la gran terminal de la Eurorregión. Y a punto ha estado de conseguir definitivamente su objetivo, si es que no lo ha conseguido ya, captando los tráficos del sur de la comunidad, tráficos a los que Galicia renunciaba de "facto" al debilitar Peinador.

El sur de Galicia no puede permitirse quedar relegado de nuevo en infraestructuras vitales, como lo ha sido con el AVE y los aeropuertos. El puerto vigués es la principal puerta de entrada y salida de mercancías de Galicia y, consecuentemente, la terminal que más riqueza genera de toda la comunidad. La advertencia no es baladí. Cuanto más se tarde en relanzarlo y mejorar su eficiencia y competitividad resolviendo de una vez los problemas enquistados, más riesgo existe de que el puerto de Leixões siga fagocitándonos tráficos como antes lo hizo Sá Carneiro. O como ya empieza a hacerlo su flamante terminal de cruceros en alianza con la de A Coruña.

La profesionalización de la gestión pública es más indispensable que nunca, en tanto en cuanto que resulta esencial para mantener a las entidades y sociedad públicas al margen de las banderías políticas. Desgraciadamente, los puertos no han sido precisamente un ejemplo. En Vigo daría para escribir un libro de todo lo contrario. Unos y otros lo han utilizado como plataforma o refugio político. La última página de este guion ha sido la entrada en su consejo del vicepresidente de la Xunta y presidente del PP provincial, junto con el delegado autonómico territorial. Al menos ahora la Xunta no podrá mirar para otro lado.

Porque la luz roja ha vuelto a encenderse con el anuncio del Gobierno portugués de inyectar 430 millones, entre aportaciones estatales, privadas y de fondos comunitarios, para convertir el puerto de Leixões en el referente del Noroeste. El objetivo no es otro que duplicar su capacidad con una tercera terminal de contenedores en 2025 y un área logística con los que arrebatar más tráficos a Vigo. Además de reforzar con ello la competitividad de la oleada de grandes industrias que desembarcan en el Norte de Portugal a la llamada de los nuevos modelos de PSA Vigo.

Una apuesta contundente que deja en evidencia la falta de estrategia de Xunta y Gobierno a la hora de encabezar y unir fuerzas para que sea Galicia quien lidere como corresponde el Noroeste peninsular. Al contrario, como hormigas infatigables, el vecino Portugal, comprometido hasta la médula con el área metropolitana de Oporto, ha ido fraguando y extendiendo en torno a ella una potente infraestructura portuaria y aeroportuaria, reforzada con la conexión de la boca marítima de Leixoes con el corredor central ferroviario para dar así salida a sus mercancías hacia Europa. Un "tridente" de comunicaciones de primer orden que sin duda tendrá un efecto catalizador mayúsculo a la hora de seguir atrayendo a grandes fabricantes y redoblar su competitividad.

Por contra, aquí seguimos como el único territorio nacional desconectado de las grandes redes ferroviarias continentales de mercancías, que es lo mismo que decir desconectados de Europa. Y no será por no advertirlo, porque lo hemos denunciado reiteradamente en este mismo espacio editorial. Es tanto lo que está en juego, que hasta el propio presidente de la Autoridad Portuaria de Vigo, Enrique López Veiga, lo admite con toda la crudeza: "O se conecta el Puerto vigués con el corredor del Noroeste, o a corto plazo morirá". Aunque lo más frustrante es que nadie intervenga para impedirlo.

De seguir descuidando el flanco del Sur de Galicia en el mapa general de infraestructuras, la comunidad terminará pagándolo muy caro. El Norte de Portugal lo sabe perfectamente desde hace años. Tanto es así que en sus giras de promoción reivindica como una de sus fortalezas su proximidad a Vigo, consciente del papel motriz de la mayor urbe gallega.

Pero el problema no es Portugal, que hace lo que tiene que hacer, sino el problema lo tenemos dentro. La parsimonia y la autocomplacencia de algunos gestores no muy lejanos derivó en una alarmante pérdida de cruceros cuando nunca antes había estado en entredicho la supremacía del puerto olívico en estos tráficos. La misma parsimonia, también hay que decirlo, en la parte empresarial, que provocó la marcha a Marín de Maersk, la mayor naviera del mundo. Los elevados costes de la estiba -ahora en plena batalla por la liberalización inmediata que exige Europa- sin duda muy inferiores en la terminal marinense, por un lado, y por otro las ineficiencias operativas, conforman el nudo gordiano del verdadero problema. López Veiga puso el dedo en la llaga al toparse de frente con esa herencia arrastrada, una más de las muchas que le ha tocado lidiar. En su cruzada, cargó incluso contra Puertos del Estado y llevó a la estiba de Vigo ante Competencia, que acaba de abrir ahora un expediente sancionador.

¿Y qué decir del sangrante enquistamiento de los retrasos en el PIF, que persiste incluso años después de haber ampliado sus bocas en respuesta a los reiterados colapsos?. Esta misma semana el jefe de inspectores salía al paso de las quejas de la comunidad portuaria insinuando controles laxos en Leixões. Los funcionarios arguyen que ellos se limitan a respetar las normas y que no se les puede pedir que incumplan la ley. Pero lo cierto es que todos los usuarios sin distinción responsabilizan de los retrasos y los rechazos al exceso de celo en las inspecciones y a las trabas documentales a la hora de tramitar las mercancías.

Con independencia de quien tenga o no razón, quienes no pueden pagar el pato de tanto desbarajuste son el Puerto y sus usuarios. Si los tiempos son mayores aquí que en otras terminales porque en Vigo se respeta escrupulosamente la ley, oblíguese a las inspecciones de los demás puertos a actuar con el mismo rigor. Si, por el contrario, lo que ocurre es que aquí se actúa con un exceso de celo injustificado, oblíguese a sus causantes a hacerlo como es debido.

Sea cual sea la causa, la conclusión ha de ser la misma: los tiempos medios de los controles en Vigo deben ser, con igualdad de medios, similares a los del resto de puertos. De no ser así, estaríamos ante una discriminación injustificada por parte de un organismo oficial dependiente del Ministerio de Sanidad.

Solucionarlo está en sus manos, así que la inminente visita del "número 2" de la ministra Dolors Monserrat a Guixar deberá servir para arreglarlo de una vez por todas. Sin más dilación, porque aún puede ocurrir que, tras desviar las mercancías a Leixoes y otros puertos, las empresas decidan llevarse también a Oporto sus almacenes, que algunas ya han empezado a hacerlo. Conviene tenerlo muy presente para reclamar ya mismo responsabilidades a quien corresponda.