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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

El ocaso

A pesar de que es un hecho probado, y por tanto no discutible, eso de que la insistencia suele acabar aburriendo, hay hechos en los que la tozudez resulta imprescindible. Sobre todo si, como en Galicia, hay no pocos empecinados en que eso de la crisis demográfica es, sino un cuento chino si una exageración. El problema -aparte de la propia crisis- es que entre los escépticos están bastantes de los que podrían aportar soluciones a la cuestión sin duda más grave de las que amenazan a este antiguo Reino. Sobre todo por una razón: si lo de la demografía no se resuelve, habrá muy poco futuro, y lo de "antiguo" acabará convirtiéndose en moribundo.

Resulta curioso que a pesar de la reiteración en los avisos, e incluso en las alarmas, sean tan pocos los que se tomen en serio estadísticas como la de que "los hogares sin menores ya son en Galicia el ochenta por ciento y en casi uno de cada cuatro solo hay jubilados". Claro que, según la primera ley de Murphy, lo susceptible de empeorar empeora: es el caso gallego. El IGE añade en su último estudio demográfico que "de las más de 236.000 familias en esta comunidad con mayores de 65 años, la mitad únicamente tiene un miembro"; y por si quedan dudas, otro dato del Instituto Galego de Estatística: en casi el 92% de los hogares no hay ni un niño menor de cinco años. Conviene insistir en que lo medible no es opinable.

Ante un estudio como ese, y hasta ahora, solo se han sucedido las palabras, los anuncios de proyectos e incluso algunos planes específicos, pero apenas las decisiones políticas que podrían servir de base para afrontar lo que, de no corregirse, será el ocaso de todo un país. Es cierto que la Xunta anunció ya propósito de enmienda y tiene redactado lo que podría ser remedio siquiera parcial a tan feo panorama. Pero por el momento, las medidas concretas se cuentan con los dedos de las manos y lo que es peor no hay respuesta de la oposición. Una vez más la izquierda gallega, aparte de miopía, demuestra o bien falta de preparación o bien ausencia de interés. Si es aquella es intolerable; si esta, impresentable. Y eso no es, en opinión de quien esto firma, ni faltar al respeto ni insultar: solo describir.

Hablar de ocaso si puede parecer una exageración, pero sería una impresión falsa. La enorme diferencia estadística entre jubilados y menores de seis años; la escasez de personal en edad de trabajar y, sobre todo, la ausencia de estímulo real para fomentar el número de familias que puedan contribuir a equilibrar la situación es uno de los defectos más graves en el ejercicio actual del oficio político. Sobre todo si se tiene en cuenta que ese oficio debe procurar acuerdos que duren al menos una generación; en menos tiempo, y sobre todo si hay cambios profundos en las legislaciones, nadie podrá evitar que la crisis sea definitiva.

No parece innecesaria, pues, la insistencia en reclamar de los gobiernos y de la sociedad una reacción que compense la falta de acción demográfica. Resulta bien cierto que la obligación gubernamental debe concretarse en el fomento de la natalidad y la garantía de coordinación en políticas transcendentales desde los salarios dignos hasta los contratos duraderos pasando por el acceso a viviendas asequibles. O sea, programas muy concretos que den respuesta a las aún más concretas necesidades que manifiestan los ciudadanos. Es decir, lo que queda dicho -y que debe incluir la conciliación laboral y familiar- que es, simplemente, lo que la gente del común reclama.

¿No?

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