Un vistazo al mapa de los ejes de transporte europeos basta para comprender el riesgo de aislamiento del Noroeste. Es ahora mismo la periferia de la periferia, el único territorio nacional desconectado en la planificación de las grandes redes continentales. Una malla de carreteras y -ferrocarriles prioritarios para la UE une -desde Lisboa, Oporto y Algeciras- el centro y el sur de la Península con París y Alemania. De Valladolid y Bilbao hacia el Norte queda la nada. Galicia, Asturias, Castilla y León y Cantabria son regiones menos diferentes de lo que parece, que comparten problemas y actividades, y no pesan lo suficiente por separado. Si quieren lograr eco a sus preocupaciones políticas y hacerse valer no les queda otra que empezar a correr de la mano.

La UE, con el proyecto "Conectar Europa", define sus líneas prioritarias de transporte para las próximas décadas. Partiendo de las infraestructuras existentes, el objetivo es promover grandes corredores que propicien un desarrollo homogéneo y fomenten la integración económica y social. Nueve trazados forman la base de un espacio llamado a interconectar las comarcas de mayor dinamismo y las capitales importantes de manera eficaz. De ese proyecto queda ahora mismo descolgada la esquina norte peninsular, que espera un año más en el cajón.

La fachada Oeste, la cara Atlántica, representa la gran lanzadera de la Unión hacia América y las nuevas rutas del Pacífico que un canal de Panamá ampliado permite explorar. En términos de vertebración y cohesión, esa realidad geográfica supone mucho. En la franja que abarca desde Escocia hasta Vigo viven 80 millones de personas (una cuarta parte de los habitantes de la eurozona) que producen el 30% del PIB comunitario, más de 2 billones de euros. Casi la mitad del tráfico entre la península Ibérica y Europa discurre a través del Norte. Únicamente el 1% por trenes, un 16% por mar. Andan empeñados los rectores comunitarios en sacar mercancías de las saturadas autovías y desviarlas hacia medios sostenibles, eficientes y ecológicos, como los convoyes ferroviarios y los barcos. La necesidad de controlar las emisiones contaminantes impone un rápido trasvase.

Tal como queda configurada la nueva red, Lisboa y Oporto toman la delantera. Hacia esas bocas marítimas acaban por confluir todos los ejes desde Francia. El corredor Atlántico entra en Portugal por Salamanca para unir luego Leixoes y Sines por la costa, enlazando también con el corredor central peninsular que muere en Algeciras. Otros puertos con iguales posibilidades, como el de Vigo, o el de Santander, no fueron considerados. Galicia apenas planteó batalla para reivindicar su papel. Como Saturno devorando a sus hijos, aquí se dilapidaban irresponsablemente con el beneplácito de cuantos gobernaban en Madrid y en Santiago, nada menos que mil millones de euros en la cacicada del puerto exterior de A Coruña. Construido justo enfrente del existente en Ferrol con la falacia de servir de puerto refugio cuando no era más que una ocurrencia urbanística al albur de la burbuja inmobiliaria y aprovechando una desgraciada catástrofe ambiental.

Y puesto que Galicia solo podía tener un puerto nodal en la UE y sin esa condición conseguir tal ayuda europea para Langosteira resultaría una quimera, volvió a triunfar el peor localismo para excluir a Vigo como puerto principal, siendo como es la terminal de referencia del Noroeste y líder en contenedores, para beneficiar al de A Coruña, que solo mueve graneles, es decir tráfico cautivos.

Como indignante es no solo excluir a la ciudad más poblada de Galicia de una conexión directa con el AVE a Madrid sino relegarla encima a ser la última de las grandes urbes en engancharse, haciéndolo además a través de un rodeo por Santiago. O alegar que es inasumible financiar el enlace por Cerdedo después del dispendio sin reparos en la improductiva terminal herculina de Langosteira.

Cuando en 2010 se iniciaron las negociaciones en la UE para fijar los grandes ejes del transporte de mercancías por ferrocarril, nuestros gobernantes proclamaron a los cuatro vientos que Galicia estaría integrada en el gran corredor que uniría la fachada atlántica y el puerto de Algeciras con el centro de Europa. Desgraciadamente, nada de eso ha ocurrido. Sepultados por la parsimonia y falta de reflejos en todo este tiempo, ahora que le vemos las fauces al lobo nos entran las prisas.

Mientras los empresarios catalanes y valencianos llevan más de una década (y siguen) actuando como grupo de presión y hasta cuentan con un "lobby" creado formalmente para urgir el corredor del Mediterráneo, los del Noroeste peninsular acaban de iniciar su singladura para reclamar lo mismo en el corredor Atlántico. Las patronales y las cámaras de comercio gallegas, asturianas, cántabras y leonesas secundan la iniciativa, conscientes del riesgo real de quedarse todavía más aislados. Habrá que seguir esperando, visto que también este año la conexión ha quedado relegada.

En el fondo, lo que está ocurriendo es un síntoma revelador de la escasa conciencia del Noroeste como unidad, de la poca convicción en su propia fuerza, y eso que solo Andalucía, Madrid y Cataluña lo superan en ciudadanos. De su corta ambición para compartir metas, cooperar sin recelos y construir lealtades.

El Noroeste tiene a Galicia como referencia, por su peso económico y demográfico; pero a la comunidad le cuesta aún asumir que en este cuadrante peninsular solo es posible un liderazgo: el suyo. Galicia es la periferia de la periferia, sí. Pero, pese a ello, es la región más pujante, dinámica y con más recursos de todo el cuadrante. Y la única con masa crítica poblacional y empresarial e identidad suficientes para asumir ese rol de liderazgo. Así que lo que ella no lidere, quedará sin liderar.

Lo mismo que sigue necesitando de una estrategia de eurorregión, solo que ahora esa necesidad se torna verdaderamente imperiosa. Son muchos los que dudan de que Galicia tenga una estrategia política clara al respecto, más allá de la de jalear esporádicamente a esos organismos fantasmas, que cual chiringuitos virtuales, como el fantasmagórico Eixo Atlántico, pululan al albur de la subvención de turno a mayor provecho de sus responsables. Y así han pasado 25 años, faltos de gestores que les den el empuje y la visión necesaria para hacerlos avanzar en sus objetivos. Van en la buena dirección, en cambio, los trabajos que el martes se desarrollarán en Vigo en pos del desarrollo de la llamada Economía Azul, en una jornada promovida por los consejos económicos y sociales de la fachada atlántica.

La experiencia aeroportuaria, por poner solo un ejemplo de relieve, viene a corroborar esas dudas sobre la carencia de un verdadero proyecto gallego de eurorregión. La herencia de la incomprensible y lamentable apuesta por subvencionar vuelos en Lavacolla y Alvedro, en detrimento de Peinador, situado en el mismísimo centro de este espacio transfronterizo, ha propiciado tal expansión del Sá Carneiro que lo ha convertido de facto en la terminal de la eurorregión. Y no parece que hayamos aprendido del todo la lección. Si Galicia no lidera este territorio fronterizo a ambos lados del Miño, otros lo harán por ella y habrá perdido entonces la que muy probablemente sea su mayor oportunidad de desarrollo y progreso en este primer cuarto de siglo.

El envejecimiento de la población, el éxodo de las zonas rurales, la elevada tasa de mortalidad, el reto de fijar jóvenes en las aldeas y las dificultades para prestar los servicios elementales a costes asumibles en núcleos diseminados no les son ajenos a ninguno de los gobiernos autonómicos del Noroeste, sean del partido que sean. Aunque viven ignorándose, hasta sufren las mismas o parecidas urgencias.

El ombliguismo y el egoísmo suponen una regresión que sólo conduce al desastre, a pesar de su aparente triunfo en la política moderna. Lo que carece de sentido hoy en el territorio nacional es ejercer el recurso al agravio que de manera tan rentable e insolente manejaron en el pasado, para arrancar todo tipo de concesiones, quienes menos necesidades tenían. Para reivindicarse no hace falta explotar el sentimiento de queja, ni restaurar el estado permanente del malestar entre autonomías, sino acopiar buenas razones, argumentarlas con solvencia y correr más que el vecino. El caso de la red transnacional de transporte es un buen ejemplo. El impulso que toma el eje Mediterráneo ha de servir como acicate.

El Noroeste ya está unido por autovía y cuenta entre sus instalaciones portuarias con terminales capaces estratégicamente situadas para diseñar autopistas marítimas compaginables, que van a cobrar una nueva dimensión cuando el AVE llegue a Galicia, abran los túneles de Pajares y queden renovadas las vías de Reinosa. Desaprovechando esas sinergias y cortocircuitando la conexión con los grandes corredores europeos estaríamos dilapidando nuestras potencialidades e incurriendo en una ineficiencia intolerable en el gasto público. Exigirlo, y lucharlo, no supone hacerlo a costa de nadie, ni debe levantar resquemores en ninguna otra parte, y es una excepcional piedra de toque para comenzar a trenzar trabazón con visión estratégica en el cuadrante Norte de España.