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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Silicon Valley contra el abuelo Cebolleta

La gente del silicio y el microchip se le ha rebelado a Donald Trump, harta de que el jefe del imperio les toque los algoritmos. Un centenar de empresas de Silicon Valley, encabezadas por Google, Microsoft, Facebook, Apple y Twitter, se ha sumado a la oposición al decreto presidencial que veta la entrada en USA de algunos inmigrantes.

No es solo una cuestión de principios, aunque también. El petróleo de la nueva economía ya no se encuentra en Arabia Saudí, sino en los cerebros que estas empresas buscan y reclutan en cualquier país del mundo. Es natural que se opongan a la interrupción del suministro.

Lo que ahora hace girar el planeta desde el semillero de ideas de California es el talento al que el nacionalista Trump pretende poner fronteras. De ahí que los directivos del nuevo -y revolucionario- capitalismo le hayan recordado al presidente los graves quebrantos que su política de campanario podría causar a unas empresas que acogen a un 30 por ciento de inmigrantes en sus plantillas.

El talento no se lleva bien con las patrias y las banderas. Uno de los dos cofundadores de Google, Serguei Brin, nació nada menos que en Moscú, cuando esta ciudad era la capital de la Unión Soviética. Pero no es el único caso. Stephen Wozniak, fundador de Apple junto a Steve Jobs, desciende de polacos por parte de padre y de alemanes por la rama materna. Y Mark Zuckerberg, el creador de Facebook, recordaba días atrás que sus abuelos habían llegado a Norteamérica desde Austria y Polonia.

Todo esto resulta de lo más natural si se tiene en cuenta que los americanos, salvo un minúsculo porcentaje, no descienden de los indios autóctonos a quienes perseguía John Wayne. Si de algo descendieron es de los barcos a los que se habían subido en Europa.

Fueron y siguen siendo esos inmigrantes los creadores de la actual América. Muchos de ellos pueblan ahora las empresas que están poniendo el mundo patas arriba con la cuarta revolución tecnológica. Trabajan en la robótica, los transportes no tripulados, los big data, la ciberfísica y otros rubros del futuro que, en realidad, ya es presente. Mientras, el nuevo presidente de Estados Unidos se dedica a contar batallitas de fábricas, obreros y aranceles en plan abuelo Cebolleta.

Es una guerra generacional que enfrenta a los treintañeros de Silicon Valley con un septuagenario de ideas tan anacrónicas como su tupé. Reaccionario en sentido estricto, Trump quiere volver a los tiempos de la revolución industrial que Charlot pintó con mucha más gracia en su película Tiempos Modernos.

Las suyas son nostalgias de una Arcadia manufacturera constituida por enormes fábricas, montajes en cadena, miles de obreros y empleos estables. Todo eso que "ya no volverá", según le hizo notar un sorprendido Steve Jobs a Barack Obama cuando el entonces presidente se interesó por la posibilidad de que el jefe de Apple repatriase sus factorías a Estados Unidos.

Inasequible al desaliento, Trump se obstina en levantar los muros, los aranceles y las fronteras que la revolución tecnológica se llevó por delante en los últimos años. Es el clásico conflicto entre lo viejo que se resiste a morir y lo nuevo que todavía no ha nacido del todo. Nada cuesta imaginar quién será el vencedor de esta guerra entre el nuevo mundo del talento y las ensoñaciones del abuelo Cebolleta.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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