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El meollo

Lourizán, Lourizán

Si está claro que dos no se entienden si uno no quiere, más difícil todavía resulta una armonía a tres bandas cuando la voluntad de acuerdo entre todas ellas ni tan siquiera puede suponerse. Eso acaba de ocurrir entre la Xunta, la Diputación y Ence, a cuenta de la traída y llevada rehabilitación del Pazo de Lourizán por parte de la empresa a cambio de instalar allí un centro de investigación y desarrollo forestal.

Una endemoniada partida al tres en raya en versión libre han jugado Alfonso Rueda, Carmela Silva y Cesáreo Mosquera, sin encontrar la manera de enfilar sus diferenciados planteamientos, ni ganas de hacerlo por razones bastante obvias.

Carmela Silva y Cesáreo Mosquera no iban a provocar la menor fisura a su pacto de gobierno en la Diputación, por muy tentadora que resultara cualquier oferta de Ence. Ni tampoco el BNG iba a molestar lo más mínimo a la Asociación pola Defensa da Ría, su sempiterna aliada natural, con cualquier actuación que supusiera una suerte de refrendo a la continuidad de la pastera.

Por otra parte, la Xunta de Galicia y, particularmente, su Consellería de Medio Ambiente no puede borrar ahora de un plumazo su nefasta gestión del Pazo de Lourizán durante tantos y tantos años, desde que obtuvo una cesión a la carta. Tiempo más que suficiente han tenido para demostrar un interés nunca refrendado. Pero también es verdad que la Diputación tiene adquirida una responsabilidad patrimonial que no puede pasar por alto.

Igualmente se olvida en este enredo político que Ence ya tuvo operativo un centro de investigación en Campañó, que no duró mucho tiempo. La empresa sabrá por qué razón no lo quiso entonces y lo quiere ahora de nuevo, entre tantas idas y venidas de actividad errática.

Ni todos son culpables, ni todos son inocentes en una historia muy compleja y bastante enmarañada, donde hay muchos platos rotos.

El caso es que hoy el Pazo de Lourizán languidece un día más sin que nadie lo remedie, y lo que resulta mucho peor, sin que se atisbe un rayo de esperanza sobre su recuperación y puesta en valor como indeleble legado del gran Eugenio Montero Ríos.

A ver quién le pone el cascabel al gato, que es tanto como decir que precisamente ahí está el meollo de la cuestión.

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