Los jóvenes son el segmento de población que más dañado sale de la crisis. Los efectos del desempleo y la baja tasa de actividad han sido demoledores, cercenando sus expectativas muy por encima de lo que lo han hecho en otras comunidades. La última encuesta del Banco de España sobre la situación financiera de las familias revela que mientras la recesión respetó el nivel de renta de las personas mayores, los menores de 35 años no dejan de ver comprometido su estatus: tienen sueldos en retroceso, dificultades enormes para ingresar en el mercado laboral, empleos precarios y escasas posibilidades de acceder a una vivienda. La juventud gallega sufre un doble castigo, el derivado de la inquietante atonía económica y el de las menores ventajas que obtiene de su preparación.

El presente laboral de los jóvenes gallegos viene determinado por la sobre cualificación y las ocupaciones a tiempo parcial. Más de la mitad de las personas asalariadas menores de 30 años contaba el pasado año con un puesto en la comunidad que requería para su desempeño unos estudios inferiores a los efectivamente acreditados. La práctica totalidad de esos empleos son temporales. Pero en este segmento acceder a un contrato, aunque sea en condiciones poco favorables, ya supone un privilegio.

Los números hablan por sí solos. El 26,5% de los hombres y mujeres de Galicia entre 16 y 29 años carece de trabajo. De ellos, un 23,6% posee un título universitario, y un 17,7% estudios secundarios postobligatorios. En ambos casos por encima de la medida nacional. O lo que es lo mismo: poseer una excelente formación garantiza menos oportunidades para ganarse la vida que en otros lugares del Estado o del extranjero. ¿Sorprende que intenten establecerse fuera?

Salir en el mundo abierto del siglo XXI de la zona de confort que representa la comunidad propia no supone una tragedia. Resulta incluso recomendable, y hasta imprescindible, para ensanchar conocimientos, enriquecer horizontes, experimentar otras culturas y contrastar soluciones diferentes. Lo grave para toda una hornada no es emigrar sino carecer de oportunidades para, llegada la hora del regreso, devolver en talento a la sociedad gallega todo lo que ésta invirtió antes en su formación. Galicia carece de población joven, un bien escaso, y coloca a los que le quedan tantas trabas en el camino que termina por malograrlos. La comunidad perdió en un solo año 18.000 jóvenes en edad de trabajar, 103.000 desde el estallido de la Gran Recesión. Un suicidio demográfico.

La principal diferencia entre un joven aquí y otro migrante hay que buscarla en la disponibilidad monetaria. Los salarios de las regiones españolas más competitivas y los de los destinos extranjeros equivalentes permiten a los recién colocados emanciparse con un esfuerzo relativamente moderado, comprometiendo una cantidad mensual por debajo del 30% de sus ingresos. En cambio, los hogares en Galicia formados por menores de 30 años no pueden acceder a la compra ni al alquiler de vivienda con plenas garantías de solvencia sin recurrir a la ayuda de la familia. Precisan desembolsar medio sueldo sólo para hacer frente a un arrendamiento o a una cuota hipotecaria.

La pérdida de poder adquisitivo de los hogares fundados por quienes emprenden su andadura profesional disminuye año tras año. La renta de los jóvenes cayó un 28% durante los momentos más terribles del crac. Las circunstancias propician una paradoja que agiganta la sima entre generaciones. Quienes comienzan su andadura en las empresas afrontan un escenario de elevada incertidumbre con nóminas sensiblemente inferiores a las de sus predecesores. Quienes se jubilaron desde 2008 hasta ahora reemplazaron a una promoción anterior con prestaciones más bajas. Merecidamente, pues aportaron al sistema cotizaciones mayores y durante un periodo más largo. Con todo siguen siendo las pensiones más bajas de España, junto con las de Extremadura. Por el contrario, los que empiezan desde ahora a disfrutarlas verán mermado su poder adquistivo hasta 7 puntos en un lustro. La Seguridad Social batió en enero su récord mensual de gasto en pensiones: 8.600 millones de euros, 583 millones en Galicia.

El sistema de bienestar intenta proteger a los que considera vulnerables por su escaso margen de reacción ante los reveses y las alteraciones, los mayores, pero deja al albur en circunstancias difíciles a quienes inician la senda. La crisis empobreció a la clase media y dejó en la estacada a miles de trabajadores.

Para alcanzar el nivel de ocupación de la región en 2008 todavía quedan por recuperar, según la Encuesta de Población Activa, 140.200 empleos. Si hay un grupo específico tocado que merece atención especial hoy es el de la gente joven. Sólo existe una forma de rescatarlo: con un profundo cambio de actitudes económicas y también de mentalidad. A Galicia no le basta con crecer. Necesita hacerlo a mayor velocidad que el resto para acortar distancias.

La cultura endogámica y del amiguismo propicia que no siempre salgan a flote los mejores. Proliferan los casos de profesionales brillantes sin sitio por las rigideces y la burocracia de los organismos y las instituciones que son reclutados lejos, en corporaciones competitivas de la máxima relevancia.

La pirámide poblacional gallega tiene una base estrechísima y una cúspide ancha. Cualquiera, a simple vista, la aprecia como inestable e insostenible. ¿A qué comunidad aspiramos? ¿Una de clases pasivas dominantes, sin mano de obra renovada y dependiente de las prestaciones sociales? El asunto empieza a instalarse en la agenda pública autonómica aunque únicamente de palabra y no como la verdadera prioridad estratégica. Queda poco tiempo para evitar el desmoronamiento y no pasamos a la acción. Los documentos, los protocolos y las buenas intenciones no bastan para conseguir que vivir la juventud en Galicia suponga una ventana a la ilusión y a la esperanza, no una irremisible condena.