Aaron Sorkin ha dicho en más de una ocasión que la "apariencia de realidad" es mucho más importante que la realidad misma. Viendo las series de televisión que él ha creado, como Studio 60, The West Wing o Newsroom, podemos constatar esa afirmación. Al mostrarnos un ambiente, casi siempre profesional, que parece real y suena real, presentándonos a unos personajes que hablan con la confianza que se les suele atribuir a los reales, su universo creativo muestra un mundo -artístico, político o periodístico- excesivamente idealizado. Sabemos que la gente no suele expresarse en esos términos, especialmente de manera constante, pero, como señala David Remnick, a pesar de ser conscientes de que estamos siendo descaradamente manipulados, continuamos disfrutando de sus ficciones con un nudo en la garganta. En el fondo parece que deseamos que las personas hablen así, con agilidad y lucidez retórica, recurriendo a metáforas ocurrentes y comentarios ingeniosos realizados sin interrupción.

Sorkin confiesa que no le importa que el espectador no sepa de qué diablos están hablando los protagonistas durante un diálogo, lo que le interesa es que el espectador piense que esos protagonistas sí saben de lo que están hablando. La sofisticación dialéctica y la cantidad de información específica que sacan a relucir los personajes en sus intervenciones nos hace creer en la existencia de esa realidad idealizada. Ocurre, por supuesto, que la vida es mucho más prosaica. Cualquiera que haya trabajado algún tiempo en la televisión sabe que Newsroom no ilustra verazmente la cotidianidad en la redacción de una cadena. Newsroom, además, es una mentira hermosa pero insoportable. Resulta doloroso comprobar cómo el intento de ennoblecer la profesión periodística en nuestros cínicos y complicados tiempos, aunque sea a través de una ficción, se convierte casi en una imprudente parodia. Durante los años de la Administración Bush, The West Wing proporcionaba una cierta esperanza a todos los que creían en las posibilidades de la política y se sentían decepcionados por la actuación de sus gobernantes. Ahora esta serie de televisión no hace más que provocar melancolía, mientras House of Cards, una representación maquiavélica de la Casa Blanca y sus criminales inquilinos, se recomienda a los televidentes como una buena manera de conocer "la realidad" de Washington. Donald Trump y su equipo han conseguido ir un paso más allá, hablando sobre "hechos alternativos" y desautorizando a la prensa. El ciudadano que ve las noticias en la CNN puede observar cómo la actualidad informativa se presenta del mismo modo que las ficciones de Netflix. Los personajes (reales) niegan la existencia de la verdad, se comportan como arquetipos cinematográficos y hacen discursos pensados solo para un medio: la televisión. No necesitan crear una "apariencia de realidad" porque su objetivo es destruirla.