El Supremo pretendía hacer un guiño a los consumidores, anulando las cláusulas suelo a partir de 2013. Según una extendida opinión, se trataba de crear derecho en una materia en la que el legislador no acababa de decidirse a entrar, pero sin causar excesivos estragos. Un ejercicio, podríamos decir de derecho creativo. Pero hete aquí que el Tribunal de la UE, en buena lógica, le dijo al Supremo que, si había que anular las cláusulas suelo -algo en cuya legalidad realmente no entraba en su resolución-, debería ser desde el principio, desde que éstas se establecieron. Sin proponérselo, el Supremo le hizo un (nuevo) roto a los bancos, cuyo alcance está por verse. No hay problema. Si algún banco llega a descuadrarse, acabaremos pagándolo todos, léase el Estado, una práctica que empieza a convertirse en costumbre en esta España de melífluas responsabilidades: unos no pagan lo que se han comprometido a pagar, utilizando mil excusas -todas de lo más comprensible, entre ellas que no tienen con qué-, y terminan haciéndolo los de siempre, los que pagan religiosamente sus impuestos, independientemente de que hayan renunciado a mil cosas para hacerlo.

Los bancos son la nueva imagen de lo demoníaco. Se les culpa de atizar la burbuja inmobiliaria y de todas las tropelías cometidas en plena euforia. Los usuarios fueron unas pobres víctimas, es el nuevo mantra. No sabían lo que realmente estaban firmando. Uno se imagina a un pobre hombre, llevado en volandas desde la oficina del banco en que ha pedido el préstamo hasta la notaría, sin alcanzar a comprender qué está pasando realmente, engañado, estafado, sin darse cuenta de que está entregando todos los ingresos que pueda tener en los próximos cincuenta años, sin obtener a cambio más que un simple cubículo de ladrillos en el extrarradio. Nadie les dijo que, independientemente de que el Euribor siguiese bajando -como hizo-, llegaría un punto en que los intereses de sus hipotecas no bajarían más, y que tendrían que pagar un porcentaje, sí o sí, por el préstamo contraído.

En realidad, todo suena a un sálvese quien pueda, de lo más insolidario, por cierto, pero a nadie debería extrañarle, en el punto al que han llegado las cosas. Quienes firmaron las cláusulas suelo pasarán ahora por el banco a cobrar un dinero que seguramente les hace muchísima falta. Y eliminarán cualquier restricción moral respecto a lo que están haciendo acogiéndose a otro de esos mantras que están tan de moda: esto, por lo que me han estado robando por otras cosas.

Los bancos, lejos de hablar a las claras, ahora parece que buscan cómplices con los que repartir un poco las culpas. Y han puesto el ojo en los notarios. Durante la gran burbuja, fueron los que dieron fe pública de los créditos hipotecarios. En general, no pusieron pega alguna. Como para ponerla. Pónganse en su lugar. ¿Cómo podrían oponerse a la firma de una hipoteca, cuando el que la suscribe ha entregado ya una señal por el bien inmobiliario y se arriesga a perderlo todo? Pero es que, en el caso de las cláusulas suelo, no había pega alguna que poner. No entraba dentro de las condiciones abusivas previstas por el regulador, dicen los notarios. Al fin y al cabo, no se puede pretender que un banco no obtenga beneficio por prestar dinero, que es el mensaje que parece querer darse al anular las cláusulas. Y tampoco pueden considerarse abusivos los intereses de las hipotecas de tipo variable, que precisamente se suscribían porque el coste era menor que el de las de tipo fijo.

Y por lo que respecta a la cuestión del consentimiento, a si el usuario estaba debidamente informado de lo que firmaba, tampoco hay duda. "Es impensable que no se hayan leído las escrituras a los que iban a firmarlas. Se les leían, y se les decía que, por mucho que bajasen los intereses, no iban a descender de un determinado punto. Nadie dijo nada en ese momento. Ni los que firmaban esas escrituras, ni el Banco de España, ni ninguna otra institución. A nadie se le ocurría que fuese un abuso, o que fuese ilegal", dice un representante de los notarios.

Los notarios creen, más que en las cláusulas suelo, en lo que podrían haber entrado, es en algunos aspectos de las hipotecas, como los intereses de demora, que quizá fuesen más sangrantes y abusivos, y más susceptibles de ser tumbados. Pero es que los notarios, y lo subrayan de forma vehemente, no están para decidir lo que es legal o no, algo que corresponde a los jueces. Están, ni más ni menos, que para dar fe de que la persona que suscribe un contrato lo hace con pleno conocimiento de lo que firma, y para informar de los pormenores y consecuencias del mismo. Y eso se hizo.