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Matías Vallés.

Así no acabaréis con Supertrump

Millones de personas en todo el mundo, con una incidencia singular en Estados Unidos, han encontrado una causa común. Pretenden acabar a la mayor brevedad posible con Supertrump. Se han abalanzado sobre el líder del mundo libre sin concederle los cien días de gracia, ni mucho menos los cuatro años que le garantizaban unas elecciones escrupulosamente democráticas. Los sublevados están cargados de razones para la indignación, y han adoptado una estrategia correcta. Sin embargo, las tácticas precipitadas arruinarán su objetivo. Así no acabaréis con Trump. Se lanzan contra el presidente yanqui las mismas críticas que lo catapultaron a la Casa Blanca, y que pueden consolidarlo en lugar de descabezarlo.

Trump es el primer presidente acosado incluso antes de su toma de posesión. En medio de la desesperación que se adueñó del planeta tras las elecciones de noviembre, el Nobel Krugman azuzaba ese mismo mes "a que los medios de comunicación, que fracasaron y tan estrepitosamente durante la campaña, empiecen a hacer su trabajo". La ira cegaba al economista que nos ilustró sobre los engaños de su ciencia desmayada, porque es posible que "al hacer su trabajo" con un exceso de ímpetu, la prensa fuera el vector que instaló en la Casa Blanca a su actual titular. Dudar de un candidato que se enfrentó a una docena de rivales, o cuestionar a ?? millones de votantes, hace tambalear la esencia del edificio democrático. No se puede impugnar el resultado electoral sin colocar en la picota el proceso electoral.

Trump llega cargado de contraindicaciones, pero las más urgentes afectan a sus detractores. Les ha contagiado la grandilocuencia. Si una persona se enfrenta al tirano que aspira a destruir el planeta, se convierte en una salvadora de la humanidad, y quién se resistiría a este enaltecimiento. En medio de la algarabía, cabe contemplar la hipótesis de que se esté sobrevalorando al actual presidente de Estados Unidos, y de que no sea exactamente Hitler. Por ejemplo, muchas de las calamidades que se le atribuyen ya estaban aquí antes de que llegara. El magnate del pueblo niega el cambio climático con vehemencia, pero no lo provocó. Tampoco invadió Irak, aunque sus detractores más exaltados tiendan a olvidarlo. El 42 por ciento de los estadounidenses repudian su oposición a la llegada de inmigrantes, pero el 48 por ciento la aprueban. Alguien tiene que gobernarlos. Dado que se ha instalado la estéril comparación con el nazismo, uno de los libros más demoledores sobre la época lleva por título Los verdugos voluntarios de Hitler.

La historia no se repite por sabia, sino por vieja. El derribo por la vía de emergencia ya se intentó en 1980 contra el vaquero Reagan, que bombardeó Libia y mató a una hija de Gadafi. La liquidación apresurada también se ensayó en 2000 contra Bush, que bombardeó Irak en una carnicería ampliamente divulgada. En ambos precedentes, el resultado de las denuncias apocalípticas globales fue la reelección para un segundo mandato, y con un resultado más amplio que en la primera entrega. La actual oposición a Trump es tan sincera que cuesta adjuntarle la etiqueta de contraproducente. Sin embargo, la política se mide en sus resultados.

O cede el planeta o cede Trump. El martes, Rajoy se convirtió en el único líder mundial al que no ha amenazado en persona con bombardear su país, aunque a cambio puede haberle recomendado este procedimiento para solucionar la cuestión catalana. De hecho, le recordó al presidente del Gobierno español que debía aumentar su gasto en defensa. El primer zar de Estados Unidos no desea en la OTAN a parásitos que no cumplan con el desembolso del preceptivo dos por ciento del PIB en armamento. Lo interesante de este diálogo entre estadistas no consiste en averiguar qué dijo Trump, sino si Rajoy llegó a decir algo.

La ansiedad conduce a errores de principiante y de principios. Por ejemplo, la marea en contra del presidente está a punto de declarar la barra libre con Melania Trump. La ferocidad de algunos ataques contra la primera dama a regañadientes no solo olvida que es en realidad la segunda dama, por detrás de Ivanka Trump. La censura contra la esposa eslovena del inquilino de la Casa Blanca reproduce simétricamente las descalificaciones denunciadas contra Michelle Obama. Una situación intolerable no admite respuestas intolerables, y los invadidos por la pasión deben recordar que la alternativa a Trump era Hillary Clinton, para que nada cambiara.

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