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De Antonio Irigoyen a Rogelio Acuña

Manuel Vilela Pereira no tuvo descendencia y buscó un nexo familiar para dar continuidad al buen nombre de La Estrella de Viena. En más de una ocasión ofreció el traspaso a su pariente Manuel Vilela Garrido, pero éste declinó el ofrecimiento porque ya estaba decidido a continuar con El Palacio, la panadería que fue primero de su abuelo y luego de su padre.

Por esa razón vendió su empresa a Antonio Irigoyen después de la Guerra Civil y éste mantuvo a Rogelio Acuña como hombre de confianza. Otros miembros de la saga de los Vilela como Rosalía y Constantino Vilela Pereira también montaron en aquel tiempo sus hornos respectivos.

Además de seguir con la panadería, Irigoyen irrumpió con fuerza en el sector de la pastelería. Primero abrió La Estrella de Viena en el número 21 de la calle de la Oliva en 1940; allí compraba Paquito, el camarero del Savoy, la bollería para acompañar sus desayunos y meriendas. Y al año siguiente inauguró La Duquesita, frente La Peregrina, donde Torrente Ballester tanto disfrutó luego con sus afamados melindres durante su estancia en Pontevedra.

Ambas confiterías lograron enseguida un merecido prestigio y compitieron en buena lid durante los veinte años siguientes con Los Castellanos, Prieto y Capri, de los hermanos Prieto Salvadores. A cada cual, mejor, todos fueron capaces de satisfacer los paladares más refinados.

Entre 1942 y 1944 las instalaciones originales de La Estrella de Viena en la carretera de Vigo sufrieron una completa remodelación impulsada por Irigoyen: un almacén se transformó en vivienda, según proyecto de Emilio Quiroga (1942), quien también dirigió la obra. Luego se pintó la fachada (1943). Y finalmente se hizo una reforma de la fábrica con adición de piso (1944), según proyecto de Enrique Álvarez-Sala Moris. Todo está documentado en el Archivo Municipal.

El 5 de agosto de 1946 no resultó una fecha cualquiera para Rogelio Acuña Acuña. Aquel día el Ayuntamiento autorizó a Antonio Irigoyen el traspaso en arriendo a Rogelio Acuña de uno de los dos hornos de pan. El inspector de Sanidad, José Loureiro Crespo, certificó las buenas condiciones higiénico-sanitarias de aquellas dependencias. Y Rogelio pagó al Ayuntamiento 500 pesetas por el derecho de alquiler.

El fundador de la saga de los Acuña empezó muy joven como carpintero en Salcedo. A su cargo tuvo la reparación de los carros de reparto del pan de La Estrella de Viena. Así trabó amistad con el dueño de la fábrica, y allí se hizo panadero y condujo su primera furgoneta de reparto a domicilio.

Durante los años 40 y 50 Acuña trabajó codo con codo con Irigoyen, cada uno en un horno. Luego el primer compró al segundo todo el negocio a finales de los años 60.

La saga iniciada entonces por Rogelio Acuña Acuña continuó con sus hijos Manuel y José, a los que siguieron también sus hijos Rogelio (recientemente fallecido) y Manuel. Y panaderías Acuña están hoy en manos de los biznietos del fundador, con un total de diecinueve establecimientos abiertos. Todo un imperio que causaría orgullo a Manuel Vilela Pereira.

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