El lunes se abre en el Tribunal Superior de Cataluña el juicio contra Artur Mas por la prohibida consulta del 2014 con petición de una condena de inhabilitación para cargo público. La Asamblea Nacional Catalana (ANC) pretende convertirlo en una gran manifestación de apoyo al expresident. La "consellera" de Gobernación, Meritxell Borràs, muy próxima a Mas, ha declarado que sería bueno que los funcionarios pidiesen un día de fiesta para participar en la protesta. Y Jordi Sánchez, presidente de la ANC, asegura que ha contratado 50 autobuses para llevar a Barcelona a 15.000 ciudadanos de comarcas que se han apuntado. El 6 de febrero será el inicio de las movilizaciones a favor del referéndum.

Madrid ya ha dejado claro que lo va a impedir. Aunque sea con medidas coercitivas y recurriendo al artículo 155 de la Constitución que permite la posible suspensión de competencias autonómicas. El martes un diario de la capital abría su portada con un gran titular: "No es tarde para tomar medidas drásticas". Y daba a entender que era un aviso de Rajoy al independentismo.

Y el jueves el ministro de Justicia, Rafael Catalá, declaró en TVE que el Gobierno no descarta intervenir la autonomía catalana: "es una opción". Y se piensa que se podría retirar a la Generalitat tanto el mando sobre los "Mossos" como las competencias de Educación. Curiosamente -sin relación porque la orden viene del juez que investiga el famoso caso del 3% de CDC- a la misma hora la Guardia Civil hacía una serie de registros en Barcelona. Y detenía, entre otros, a Sixte Cambra, presidente del puerto de Barcelona e íntimo amigo de Mas; Antoni Vives, que fue teniente de alcalde de Xavier Trias en el ayuntamiento barcelonés, y Francesc Sánchez, también próximo a Mas y jefe de la burocracia de CDC.

¿Casualidad? Muchos no lo creerán y el independentismo lo achacará a una "sucia maniobra". Lo cierto es que hemos llegado a algo más peligroso que el temido choque de trenes, a una especie de guerra incruenta pero sin cuartel entre el Estado y la Generalitat.

Imposible saber el final pero pronto o tarde los catalanes irán a las urnas en unas nuevas elecciones. Y el resultado es incierto. En el 2015 el independentismo tuvo el 47,8% de los votos. Quiere subir un mínimo de tres puntos pero también puede bajarlos. Si sobrepasa el 50%, España tendrá un problema. Mayúsculo.