Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Daniel Capó FdV

Sonámbulos

Si hacemos caso al historiador Christopher Clark, tras el pujante optimismo decimonónico, el siglo XX se despertó sonámbulo. En 1914 empezó la I Guerra Mundial sin una causa definida ni orígenes claros, pero trastocó la geografía política de Europa: se despedazaron imperios, se redibujaron fronteras, muchas economías nacionales quedaron destruidas y triunfó la Revolución Rusa de la que en este año se cumple el primer centenario. Después de 1918, llegaron los felices años 20 en los Estados Unidos, la hiperinflación alemana y el crac del 29; el ascenso de los fascismos y el Holodomor; la II Guerra Mundial y el Holocausto. La sucesión de catástrofes fue incesante durante más de tres décadas y dejó tras de sí un continente exangüe, dependiente de la protección americana (o de la soviética, tras el telón oriental) e incapaz de liderar el futuro. Y, a pesar de ello, la segunda mitad del siglo XX fue para Europa occidental un oasis de paz y de prosperidad, sin parangón en la Historia. Del mismo modo, nuestro siglo nació también bajo el signo del optimismo: por la ausencia de grandes conflictos internacionales, el desarrollo económico de los países emergentes, el crecimiento global del comercio, la interdependencia de las naciones, la facilidad en el acceso a la información, la importancia ejemplar del proyecto europeo. Pero el paralelismo con lo que ocurrió hace cien años resulta inmediato: hoy, como ayer, las tensiones han ido aflorando en frentes muy distintos, una severa crisis económica ha acelerado el malestar social y los gobiernos responden con desconcierto a los continuos desafíos. El consenso liberal se ve acorralado por un populismo que se arroga la representación del pueblo. No sabemos muy bien en qué está pensando Gorbachov cuando apunta hacia la posibilidad de una guerra, aunque sí sabemos que nada de lo que ha sucedido en esta última década estaba previsto: ni la gravedad de la crisis financiera, ni la división social, ni el ascenso de Trump, Tsipras o Marine Le Pen, ni el "Brexit", ni el procés catalán, ni el papel desestabilizador de Rusia, ni el discurso antiestablishment en los Estados Unidos, ni que un Estado formalmente comunista como China se presentase en Davos como garante del comercio mundial. Ha sido en Davos, precisamente, donde el presidente de China, Xi Jinping, ha oficializado el momento de incertidumbre mundial en el que nos movemos. Lo ha hecho con una cita de Charles Dickens, extraída de Historia de dos ciudades: "Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos". ¿Lo cree realmente así el presidente chino? Lo peculiar de los tiempos agitados es que casan menos con la razón que con la experiencia histórica. La posverdad sería un estado de hipnosis o de sonambulismo que no obedece a un marco racional, sino a las consecuencias de una teatralización continua. ¿Estamos, por tanto, al borde del abismo? No hay respuestas unívocas, porque esta nueva realidad la creamos a diario, con todas y cada una de nuestras decisiones. A medida que se multiplican las tensiones sin resolver y aumentan los temores de la sociedad, el campo del consenso se reduce y con ello el estrecho margen de nuestras seguridades. Lo que parecía impensable hace un lustro puede suceder. Y viceversa, lo que todo el mundo daba por seguro no ha acontecido. En clave española, piensen en la capacidad de resistencia del Partido Popular, a pesar de la corrupción y de la crisis económica; en la aluminosis que afecta a los socialistas y en las sorpresas diarias que nos ofrece el procés en Cataluña (la última, estos días, han sido las declaraciones del exsenador Vidal). Nada de ello resultaba previsible hace cinco años. Nos podemos imaginar cómo sería Europa sin las consecuencias de la I Guerra Mundial. Cabe preguntarse también, ¿cómo sería nuestro futuro sin la necesidad de preocuparse por el auge de los populismos, la amenaza del terrorismo islámico o el papel de Rusia? No son cuestiones baladíes. Al igual que una olla sometida a altas presiones, el riesgo real al que nos enfrentamos es que algún punto del sistema no resista más y ceda. Sencillamente, no conviene darles la razón a los radicales. Digan lo que digan, ofrezcan lo que ofrezcan.

Compartir el artículo

stats