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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

Las enmiendas

De modo que, en víspera del principal debate parlamentario de cada año, que es el de los presupuestos, todo apunta a que al menos en ese escenario, lo de la "nueva política" quede sólo en palabras. Como a la hora del vivir de cada día se limita a gestos la oratoria en favor de los pactos. Porque al fin y al cabo resulta indiscutible eso de que una cosa es predicar y otra generalmente muy diferente dar trigo.

Lo de que las novedades, en este terreno, apenas se notan viene ratificado por la ley no escrita según la cual esas cuentas son la herramienta clave con la que quienes ganan las elecciones desarrollan su política y por eso ninguno de los vencedores se aviene, salvo en caso de excepción y a veces ni así, a darle razón al adversario aceptando sus enmiendas a la totalidad o sea, a devolver los presupuestos al corral.

Queda dicho que eso es lo que sugiere la normalidad electoral: que el que gana manda aunque no oprime, y para evitar esto último explica en la Cámara, y con detalle, sus proyectos y el modo en que piensa llevarlos a cabo, la oposición le replica y luego se vota: el que suma más apoyos gana, los demás intentan alguna enmienda transversal y si no hay suerte se pasa a las parciales. Ese es el camino habitual, sobre todo si hay mayoría absoluta.

En esta última etapa, la oposición suele presentar cientos de propuestas -enmiendas parciales, que esta vez llegan casi a las dos mil- con la esperanza de sacar algunas adelante que le permitan presumir de cierto éxito, siquiera menor, pero tampoco fue así ahora.

No es raro. Ocurre siempre que hay mayorías absolutas, sean en solitario o en coalición, como demuestra la historia reciente. Cierto que es posible que en el pleno final se negocien y acepten un puñado de enmiendas parciales, pero por lo general, de muy escasa relevancia. Lo cual no le resta un ápice de absurdo a la costumbre,

Y es que si tiene lógica que la mayoría decida, carece de ella -o por mejor decir es literalmente imposible- que ninguna de las propuestas de la oposición carezca de razón entre las cientos de ideas que presenta. Y rechazarlas todas "en paquete" no sólo muestra, en opinión personal de quien esto escribe, un cierto defecto del sistema sino también que eso del diálogo es apenas una prédica de fraile.

En todo caso, como es natural, lo que se pone en cuestión no es el sistema, manifiestamente mejorable a pesar de ser el menos malo de los posibles, sino que exista una auténtica voluntad de diálogo entre las partes. Todas, conste, porque la mayoría a veces es miope, pero en ocasiones las minorías se aprovecha de ese defecto.

¿O no...?

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