Hace unos días, Ceferino de Blas (CdeB) analizaba en este diario (23/01/2017, La rebelión de Gómez Llorente) la crisis que atravesó el PSOE a raíz de la renuncia de Felipe González al cargo de Secretario General al no haber aceptado la mayoría de los delegados su propuesta durante el XXVIII Congreso. Con la perspectiva de hoy, el punto de vista defendido por FG nos parece más que razonable. Nos parece, a mí al menos, apabullantemente lúcido y premonitorio de lo que sucedería pocos años después: el desmantelamiento de la URSS y satélites sin que nadie arrojase ni cuatro piedras para defender aquel siniestro montaje sostenido en la delación.

Dice CdeB, y dice muy bien, que era "Felipe González, partidario del socialismo real, convencido de que solo desde una izquierda moderada se lograría alcanzar el poder". La principal alternativa a FG la encabezaba Gómez Llorente, ideólogo marxista. En el XXIX Congreso, FG arrasó; en 1982, el PSOE consiguió mayoría absoluta. El resto es historia.

Lo que precede le permite establecer a CdeB una analogía, salvando todas las distancias, entre los acontecimientos de entonces y el actual desgarro del PSOE que de nuevo se debate entre maximalismo y pragmatismo.

El papel de Abel Caballero

Quizás de tanto verlo ejerciendo en animal político arquetípico, a veces se olvida que Abel Caballero es persona de abundosos y selectos saberes. Fue determinante el desempeño que ejerció para poner ideológicamente las cosas en su sitio en el PSOE, suministrando los fundamentos analíticos y críticos de los que carecían la mayoría de los militantes de su partido y los del PCE. Porque el problema planteado en el XXVIII Congreso no era tanto socialdemocracia versus marxismo como la alternativa entre socialdemocracia y comunismo. En aquel momento, prácticamente todos los marxistas en España eran políticamente comunistas, circunstancia agravada por el hecho de que lo único que conocían de la obra de Marx y Engels era su vulgata o el compendio del jesuita Jean-Yves Calvez. Hasta los intelectuales marxistas -con raras excepciones como el vigués Felipe Martínez Marzoa- carecían de base técnica para entender correctamente El Capital.

El marxismo es, en sentido amplio, filosofía o metodología para interpretar la Historia, especialmente en la fase de producción capitalista. Visto así, no es ni bueno ni malo, es una ideología más en competencia con otras, cada cual la toma o la deja. Por lo que me concierne, creo que enriquece tomar algo de Marx. Leyendo críticamente a Balzac, Marx y Thorstein Veblen podemos forjar una idea bastante adecuada de lo que es el capitalismo. El comunismo es otro cantar: el comunismo no permite alternativas. El comunismo, o socialismo soviético, es un sistema político dictatorial, rayano en la tiranía, en el que el fin justifica los medios, donde la invocación de los textos sagrados del marxismo-leninismo constituye una superchería retórica preceptiva.

En La crisis de la economía marxista (1982) Caballero sustanció una síntesis centrándose en los aspectos más obscuros y difíciles: la economía. Con los conocimientos actuales el libro es mejorable, ciertamente, pero fue imprescindible por la claridad, argumentación y ausencia de dogmatismo. Abel Caballero se había formado en Cambridge bajo la tutoría de su maestro, y mi amigo, Luigi Pasinetti, economista neoricardiano/marxista algebrista. Si bien la especialidad de Caballero era la teoría del crecimiento económico, conocía perfectamente los mimbres analíticos y la debilidad predictiva de la economía política marxista.

En 1983, centenario de la muerte de Marx y del nacimiento de Keynes y Schumpeter, Caballero coordinó un número especial de Hacienda Pública Española dedicado a tan insignes pensadores. Mi contribución al debate llevaba por título "Análisis de la matriz sociotécnica y el problema de la transformación"; la de Caballero "Marx: las realidades y las formas cien años después". No pretendíamos cerrar el debate sino contribuir al mismo sin logomaquia ideológica. El debate lo cerró la caída del Muro de Berlín aunque algunos en el PSOE -qué decir de IU o Podemos- no se hayan enterado.

Con estos antecedentes, es disculpable que antes de la caída del Muro los comunistas occidentales no atinasen a discernir lo que estaba sucediendo. Menos disculpable es que, después, la izquierda lerda persistiese y persista en el adoctrinamiento de su entorno y justifique regímenes filo-comunistas. Pero, sobre todo, es incuestionablemente revelador de un disfuncionamiento sicológico -conocido como disonancia cognitiva, típica de las sectas, esto es, de los sectarios- que la izquierda populista se haya radicalizado tanto en España en los últimos años. Arderéis como en el 36, andan diciendo por ahí.

Disonancia cognitiva

La disonancia cognitiva -sustrato de una de las teorías más importantes de la sicología social del siglo XX- apunta al desencadenamiento de mecanismos síquicos para acomodar la contradicción entre las convicciones y lo que uno observa o practica. Por ejemplo, en el arcoíris del nacionalismo gallego es recurrente la referencia al invierno demográfico del país. Solo la evacuación de la disonancia cognitiva por los conductos de la impunidad personal, y justificaciones varias, explica que políticos sin descendencia biológica (Bautista Álvarez, Pilar García Negro, Francisco Rodríguez, Ana Pontón, Luis Villares, Alexandra Fernández, Carlos Callón, etc.) peroren sin sonrojo respecto al despoblamiento de Galicia.

Dorothy Martin, líder de la secta de los Seekers, radicada en Chicago, profetizó el fin del mundo para la noche del 21 de diciembre de 1954. No obstante, gracias a las privilegiadas relaciones que Martin mantenía con los extraterrestres los miembros de la secta se salvarían: un platillo volante vendría a rescatarlos. Innecesario precisar el resto.

¿De qué manera la patraña afectó las creencias y convicciones de la mayoría de Seekers? Paradójicamente, reforzándolas. No muy distinta es la actitud de aquellos que, convencidos de que el comunismo salvaría a la humanidad, al constatar su estrepitoso fracaso histórico se cargaron de razón, fanatizándose, para evacuar el malestar que resentían ante la testarudez de hechos que los dejaban en ridículo.

Leon Festinger se inspiró de los Seekers para desarrollar la teoría de la disonancia cognitiva. Según Festinger, la disonancia cognitiva designa el malestar resentido -en el caso que nos interesa, una especie de bochorno o vergüenza difusa- cuando las convicciones o valores entran en contradicción manifiesta con los hechos observados o la forma de vida. El malestar que provoca la disonancia cognitiva lleva a buscar el confort síquico o moral mediante compensaciones, consistentes en añadir inconscientemente nuevos elementos en aras de reforzar las desestabilizadas convicciones, dotándolas de coherencia ciega pero eficaz en cuanto a la eliminación de la disonancia. Ya sea minimizando la importancia de los elementos disonantes o mediante sesgos de confirmación aplicados a elementos simbólicos que por insustanciales que sean robustecen una visión del mundo que atenúa el coste emocional provocado por la disonancia cognitiva. Forma de irracionalidad que, por otra parte, no es intrínseca a las sectas sino común, en mayor o menor grado, a todos los seres humanos. La diferencia reside en que sectas y grupúsculos hipertrofian la irracionalidad con el uso y abusos de sesgos de confirmación.

En esa línea, entre las numerosas aplicaciones de la teoría de la disonancia cognitiva al comportamiento social son destacables las que conciernen a grupúsculos políticos radicalizados y sectas. En uno y otro caso hay un coste síquico al restringirse el entorno social. Paradójicamente, como en el caso de los Seekers, la disonancia cognitiva no desemboca en autocrítica sino en fanatismo y empecinamiento en circuito cerrado. Los argumentos o hechos que prueban el error de las convicciones más que abrir la puerta a nuevas ideas retroalimentan el confinamiento en el círculo ideológico, político, identitario, esotérico o religioso.

La lucidez de Dostoievski

Dostoievski fue sin duda, junto con Proust, uno de los escritores con mayor perspicacia sicológica que ha habido. En Los hermanos Karamazov encontramos un interesantísimo caso literario de disonancia cognitiva. Un personaje de la reputada novela se comporta canallescamente con otro, lo cual le produce malestar síquico que solo puede eliminar con un sentimiento aún más fuerte: el odio. Lo que narra Dostoievski es más o menos esto. A Fiodor Pavlovitch, padre de los tres hermanos, le preguntan por qué odia tanto y tan intensamente a otro personaje. Responde sin la mínima vergüenza y con la tranquilidad de espíritu de quien ha evacuado el malestar moral "Nunca me hizo nada pero yo a él, una vez, sí. Desde ese momento no dejé de odiarlo".

La izquierda lerda e intelectuales comunistas de por aquí -los obreros son otra cosa- sangran por la misma herida. Los demócratas nunca les hemos hecho daño, salvo con argumentos, ellos a nosotros constantemente, por eso nos odian tanto. Tanto que quieren destrozar la Constitución, para enseñarnos a ser demócratas.