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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

El papel de Mario Soares

El pasado sábado, 7 de enero de 2017, falleció en Lisboa a los 92 años de edad Mario Soares, un político socialdemócrata que fue por tres veces primer ministro del Gobierno portugués y durante diez años presidente de la República. A las nuevas generaciones su nombre y su figura política les dirá muy poco, pero para aquellos que vivimos en plena juventud la revolución del 25 de abril de 1974 (aquella que pasaría a la historia como la Revolución de los Claveles), Soares fue uno de los hombres que más contribuyó a reconducir un movimiento social que tenía muy preocupados a los gobiernos occidentales y a los miembros de la OTAN.

No hay que olvidar que, en aquellos momentos, España se enfrentaba a la etapa final de la dictadura franquista; en Grecia, los coroneles habían proclamado la República; y en Italia la crisis económica, la degradación social y los atentados terroristas mantenían al país en un estado de permanente inestabilidad. Ante ese panorama, un golpe de estado en Portugal dirigido por jóvenes oficiales del ejército que habían luchado en África para defender las colonias (Angola, Mozambique, Guinea-Bissau) era contemplado con inquietud ante el temor de que derivase hacia una dictadura comunista. Un temor exagerado, porque el Movimiento de las Fuerzas Armadas se hizo cargo del poder de una forma absolutamente pacífica, gozaba de amplio respaldo popular y no todos sus integrantes (salvo Vasco Gonçalves, Rosa Coutinho, Costa Gomes o Saraiva de Carvalho) podrían ser considerados de ideología social-comunista o simpatizantes con la izquierda.

En esas azarosas circunstancias llega desde el exilio francés Mario Soares (un veterano opositor a la dictadura salazarista que contaba con el apoyo de la Internacional Socialista) y se pone inmediatamente a la tarea de desviar el proceso revolucionario hacia las vías menos azarosas de un régimen burgués. Un empeño que luego no resultó tan complicado en un país de pequeños propietarios agrícolas, atraso industrial, y extensa influencia de la Iglesia Católica, especialmente en las regiones del norte. Las sucesivas elecciones legislativas y la apertura del proceso constituyente en 1975 confirman el predominio del refundado (o reinventado) Partido Socialista, se concede la independencia a las colonias, y se reprivatizan las nacionalizaciones de los primeros momentos revolucionarios.

Vista desde esa perspectiva, hay que reconocer que la trayectoria política de Soares es un completo éxito. Aunque, curiosamente, en los últimos años de su larga vida, se dedicó a criticar los excesos del neoliberalismo salvaje, del capitalismo de casino, y de la globalización económica sin reglas que la socialdemocracia no fue capaz de domesticar. Una actitud que le llevó a apoyar la formación de un gobierno de coalición entre su correligionario Antonio Costa, y dos formaciones comunistas, una clásica y otra renovada.

En la prensa española su desaparición fue saludada por Felipe González, que lo califica de "patriarca de la democracia portuguesa" y por Raúl Morodo, excorreligionario de Tierno Galván y exembajador en Lisboa que destaca un estilo de vida austero y una insaciable afición a la lectura. Ahora, queda para la investigación histórica dilucidar su vinculación con los intereses políticos norteamericanos y especialmente con Frank Carlucci, embajador en Lisboa durante el proceso revolucionario y luego director de operaciones encubiertas de la CIA.

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