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Transporte: del ánfora al contenedor de congelado

Asomados al mar de sus rías, mirando al norte, en términos genéticos, Vigo y Bueu se parecen como dos gotas de agua. Surgen desde la arena de sus playas (Areal; Pescadoira) en el lugar exacto del trasbordo barco-tierra de sus capturas de pescado. Allí quedaron varados. Son espacios de actividad atravesados por la puya portuaria, territorios rehundidos al oeste por el río siempre imprescindible (Lagares; Bispo). Un hábitat capaz de recrecer sus recursos.

Dos asentamientos que viven del mar pero que de antemano vigilan sus espaldas, aquel otro pan que viene de tierra adentro. Un mundo rural litoral de campos de labranza (O Fragoso; Meiro) y cosmopolitismo románico. Un ecosistema económico incansablemente creativo. Así, encendió destrezas de carpinteros de ribera, el aliento de juglares (Martín Códax; Macías) o bien, el lustre de los pazos (Castrelos y A Pastora; Sta. Cruz y Do Casal).

En Vigo, la salina musealizada de la rúa Rosalía de Castro muestra el patrocinio de la Roma imperial por explotar el recurso de la pesca, un producto tan valioso como enormemente perecedero. Tan sólo con la sal estaba a salvo. Se necesitaban enormes superficies para disponer tanques, campos de evaporación solar, y así, se libró una auténtica batalla campal que asombra por su magnitud territorial.

En Bueu se encontraron restos arqueológicos de un horno romano de alfarería. Una factoría de recipientes de almacenamiento y transporte. El ánfora, un contenedor arcaico cuya relación feliz entre material y forma, volumen y generatriz curva, estanqueidad y transmitancia, cuello y sellado, asas y manos, lo elevó a útil milenario del comercio naval. También se fabricó por aquí.

Con los años, las habilidades para conservar y comercializar estallaron en las dos rías. En Bueu, Hermanos Massó logró la mejor versión del enlatado a escala europea, y en Vigo, cuando llegó el frío, Pescanova se hizo sinónimo de multinacional pesquera. Desde el principio se quiso llegar más allá: en la primera línea extractiva y en la retaguardia de la inteligencia exportadora. O al revés, llegar más cerca del consumo. Recurrente, subyace el transporte.

En realidad, en estado embrionario, el ánfora antigua era el actual container, al igual que la técnica antes fue la sal y ahora es el congelado. Hoy la globalización se nota a las leguas en la movilidad y dinamismo absoluto del tráfico de contenedores (con la paradoja de que la forma del ánfora es más cercana al streamline de Bel Geddes que el prisma del contenedor). Apilados o activos, marcan el pulso de la ciudad portuaria.

Vigo y Bueu revelan un emprendimiento cimentado en la Roma imperial. Aunque no se llamaba globalización, ya existía. Organizado de otra manera, el actual imperio del mundo global sigue siendo una enorme oportunidad local. Un agujero de luz para la profunda raíz mercantil de este territorio. Fue honda la evolución del recipiente y medios de conservación, ahora, la palabra final corresponde al transporte, al acarreo.

Galicia es necesidad de movilidad. Sea como sea, lo es por geografía, por mar, por tierra, por historia; movilidad forzada de su población a lo largo y extenso del mundo; movilidad esforzada de sus productos. Galicia extrae de las asas del ánfora para la mano humana y de los anclajes del contenedor para la grúa pórtico, lo mejor y lo peor del transporte. Siempre a punto y siempre en espera.

En disputa del barco, del ferrocarril, del avión. Eso sí, vistas desde lejos, las cosas pueden mejorar cuando la realidad tiene tanto que decir, y se dice. Transmitir convicción ya apunta a la solución.

*Arquitecto

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