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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

Parrondo y la magia del cine

Antes de que las técnicas digitales se adueñaran de la producción cinematográfica, los decorados contribuyeron, mejor que cualquier otro efecto especial, a crear eso que hemos dado en llamar la "magia del cine". En sus inicios, eran unas elementales estructuras de cartón piedra que no podían ocultar su origen teatral, pero servían, junto con la imaginación de los espectadores, a recrear paisajes lejanos y ambientes exóticos. Pero, poco a poco, la recreación fue mejorando bajo la dirección de profesionales con una gran formación artística hasta alcanzar un nivel de perfección extraordinario. Nadie que haya visto en la pantalla Patton, Lawrence de Arabia, Doctor Zhivago o Espartaco podría dudar de que la acción no se hubiese desarrollado en Sicilia, la península Arábiga, las llanuras de Rusia, o los alrededores de Roma, en vez de en un pueblo de Almería, un hotel sevillano, o en la estepa segoviana.

Hasta ese punto la magia del cine contribuye a engañar el ojo y crea el ambiente propicio para que la fantasía del público haga el resto en la oscuridad de una sala. Y a ese grado de excelencia profesional llegó Gil Parrondo Rico-Villademoros (Luarca, 16 junio de 1921) que acaba de morir en Madrid el día de Nochebuena a los 95 años de edad. En el curso de su larga carrera ganó dos Óscar de Hollywood por dos películas (Patton y Nicolás y Alejandra, dirigidas por Franklin Schaffner) cuatro Goyas e innumerables distinciones por su trabajo con algunos de los más grandes directores de la historia del cine como George Cukor, Stanley Kubrick, Orson Welles o Anthony Mann. Y su firma está en los decorados de películas tan famosas como 55 días en Pekín, Alejandro Magno, La caída del Imperio Romano, Orgullo y pasión, El Cid y otras muchas.

Pese a todo, la fama tardó en llegar porque en la letra grande de los repartos, los decoradores (luego llamados directores artísticos) figuraban detrás de los directores, de los productores, de los actores, y hasta de los autores musicales y de los modistos. Una circunstancia que no molestaba a Gil Parrondo que atribuía modestamente su éxito "a la buena suerte y algo al trabajo".

El director de cine español José Luis Garci, con quien colaboró en Volver a empezar, le dedicó un cariñoso artículo en la Tercera de ABC cuando cumplió los noventa años y lo define allí como "dibujante, carpintero, arquitecto, poeta, filósofo y enciclopedista" por sus muchos saberes y habilidades. Garci describe Luarca, su pueblo natal, como una "pizpireta villa asturiana", al río Negro, que la cruza, como una de esa torrenteras donde trabajan los buscadores de oro, y al color del mar de su costa como el azul tormenta que describe Kipling.

Durante una visita que hicieron a Cabañaquinta, un pueblo del alto Aller donde estudió de niño y se enamoró de una compañera de pupitre, Gil Parrondo le confesó, mientras tomaba un gin-tonic de Larios sin hielo, que él como Peter Pan nunca había querido crecer, pese a lo alto que era. Mi madre, que también era de Luarca y compartía el apellido materno (Rico-Villademoros) con Gil Parrondo, estaba muy orgullosa de tener un pariente tan inteligente.

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