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Javier Cuervo.

Un millón

Javier Cuervo

La muñeca hinchable

Los empresarios chilenos han logrado un instante de bochorno universal exponiendo uno de los objetos más grotescos de la cultura material: la muñeca hinchable. Como estamos en días de obsequios, aprendan de su gesto macho-Chile-Chicago-Pinochet que es un regalo apropiado en casos muy excepcionales. Si se acepta que la muñeca hinchable es una representación de la mujer es fácil convenir que es de las peores que se conocen. Y eso es notable: la mujer encabeza el repertorio de representaciones.

La muñeca hinchable es un objeto de uso sexual y el éxito que pueda tener está en que hay unos 3.700 millones de hombres en el mundo. No es seguro que la sexualidad con ese objeto tenga que ver con las mujeres y no sólo por ser la muñeca hinchable una infame representación femenina. No sé si una mujer puede darse por aludida por una muñeca hinchable como no sé si un hombre común puede sentirse concernido por un consolador de 30 centímetros, esa sinécdoque hiperbólica (por decirlo en género de lenguaje).

El manejo de la muñeca hinchable es poco práctico para fantasías sobrevenidas o apremios sexuales. Hay que buscar la caja -quizá en un altillo- abrirla, desplegar con cuidado su contenido, hinchar... ¡Eso son preliminares! Al acabar de usarla no vale dar media vuelta y dormir o fumar un pitillo. Para una muñeca hinchable la brasa del cigarrillo es más peligrosa que ser fumadora pasiva. Después habrá que lavarla bien en los reservorios, secarla, volver a doblarla cuidadosamente... Para tener sexo con una hinchable hay que ser de los que dan cera al coche. Muchas personas quisieran ser tratadas con tal primor por su pareja. Es muy probable que al usuario de muñeca hinchable le gusten más las muñecas o los hinchables que las mujeres. Ojo al hombre del parque extasiado con el globo de Bob Esponja.

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