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La miseria de bombardear hospitales

El Observatorio Sirio de Derechos Humanos había señalado varias semanas atrás que no quedaba ningún hospital en funcionamiento en la provincia siria de Alepo tras el ataque a las últimas cinco clínicas aún operativas. Ahora el proceso de evacuación de civiles y opositores se asemeja a un intercambio de cromos, un trueque entre rufianes, un desprecio a unas víctimas que llevan años sufriendo guerra y penalidades. Todo lo que pasa en Siria desde hace más de un lustro es la materialización de la vergüenza de nuestra civilización. Los bombardeos a centros sanitarios, la mayoría gestionados por MSF, han sido ya tan habituales que forman parte de la rutina y pasan al archivo de nuestras conciencias. De los grandes titulares en los medios de comunicación viajan a la columna de noticias breves o zonas marginales de informativos online y su lectura es muy secundaria. Por eso, una fuerte descarga de bombas sobre una zona sanitaria de la destruida ciudad era anunciada así por agencias internacionales: "Dos hospitales, un banco de sangre y algunas ambulancias han sufrido daños durante los bombardeos". Ya después de los "daños" se informaba de al menos veintiuna personas muertas. Entre ellas cinco niños. Era el enésimo ataque a un hospital, a un recinto sanitario, algo inatacable según las convenciones internacionales, los convenios humanitarios y los acuerdos implícitos de toda guerra. Los ataques a hospitales, permanentes o de campaña, en zonas como Yemen, Irak o Siria ya no son "noticia". Se cumplen ahora treinta años de una iniciativa que abrió esperanzas para luchar contra los crímenes contra la humanidad, pero las cosas siguen igual o quizá peor. Intelectuales, políticos y profesionales del Derecho de todo el mundo, reunidos en Madrid a mediados de noviembre de 1996, conformaron una teórica corte, similar al Tribunal Russell, el Tribunal Internacional por Crímenes Contra la Humanidad Cometidos por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, y "condenaron moralmente" a la ONU por el embargo a Irak, cuyas víctimas principales fueron los sufridos civiles iraquíes. Como consecuencia del mismo, según organizaciones humanitarias internacionales, murieron millón y medio de personas, la mitad menores de cinco años. Treinta años después los iraquíes siguen sufriendo, muriendo, soportando una guerra que les sobrevino del exterior tras años y años de dictadura. Por otra parte, un organismo cuya misión es luchar contra las injusticias, la Corte Penal Internacional (CPI), más conocida como el Tribunal de La Haya, constituido formalmente con la firma de un centenar de países, se debilita y podría dejar de ser operativo. En su asamblea reunida en La Haya muchos de los firmantes amenazan hoy con irse. Cuando parece más necesario luchar contra los crímenes de guerra, el genocidio y los crímenes contra la humanidad (Siria, Irak, Yemen, Afganistán, los países del golfo de Guinea?), Putin ha ordenado revocar su firma del Estatuto de Roma, base legal de la CPI. Ya hacía caso omiso de sus dictámenes, participa en bombardeos sobre territorios sirios y ahora se va. Estados Unidos no está tampoco porque no reconoce la jurisdicción de tribunales que juzguen a ciudadanos estadounidenses fuera de su territorio. Y parte de los países africanos -las cuatro sentencias que ha dictado este tribunal ha sido contra casos de este continente- amenazan con marcharse. Si Kofi Annan, secretario general de la ONU cuando se fundó el tribunal, lamentaba la deserción porque "África ha sido uno de los defensores más entusiastas de la CPI", para Amnistía Internacional "que se debilite es una puerta que se cierra para las víctimas de estos crímenes". Un recuento publicado la pasada primavera por el diario "La Vanguardia" cuantificaba los ataques a centros clínicos y hospitales durante la guerra de Siria en 360, en los que fallecieron 740 médicos y personal sanitario, mientras los civiles muertos, especialmente niños, han sido muchos centenares si no miles. Desde entonces han sido numerosos los ataques con decenas de muertos en otros hospitales, la mayoría gestionados por Médicos Sin Fronteras, tanto en Siria como en Yemen, Irak o Afganistán. Claro manifiesto de la miseria humana.

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