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Francisco García.

Lo que hay que oír

Francisco García

Posverdad: la trola de toda la vida

Reflexión sobre la palabra del año según el Diccionario Oxford

Me topé en un zapeo televisivo con el dichoso "First Dates" -tumbado yo sobre la cama del hotel, sosegado tras un paseo regenerador- y al escuchar lo que allí decía un participante o ligante o ligador o ligón o como les llamen me sobrevino una temblequera incontrolable, acudí tiritando a mi bolsita de auxilios médicos, comprobé que la fiebre se me había disparado hacia los 38,9º, me propiné los antipiréticos de rigor, encamé de nuevo y es el día de hoy en que no me han vuelto el vigor ni el ánimo a este cuerpo serrano mío. Así fue, lo juro. Aquel joven ligoteador sostenía con enérgico arrojo y encomiable contumacia que Oporto era una ciudad horrible, una ciudad toda industrial, una ciudad que no tenía nada, que era fea que te cagabas, un espanto era Oporto.

Analicemos. Posibilidad primera: tal vez el muchacho firstdatero se alojó en alguna infame pensión del cinturón industrial portuense y, por las razones que fueren, no la abandonó durante su única estancia en Oporto. (Aún se me van los pulsos al recordar cierto pestilente albergue de Marghera donde me embutieron en mi primera visita veneciana). Si así fue, el chico miente: Oporto no es espantosa, quizá sí su zona fabril. (Venecia no es espantosa, quizá sí Puerto Marghera). Posibilidad segunda: al mozo no le gustó Oporto, con lo cual miente también al decir que "es" fea la ciudad: no mentiría si dijese que "Oporto no me gustó, me pareció fea". Es su gusto y su disgusto, allá él. Posibilidad tercera: el chico piensa que su impresión particular, su creencia sobre lo hermoso o acogedor, sus emociones gestionadas de aquella manera, sus supersticiones "son" la verdad. En este lamentable caso estamos ante un militante de la llamada "posverdad", ese vocablo que el Diccionario Oxford ha elegido como palabra del año, y que designa las opiniones en las que los hechos objetivos importan un pimiento frente a la creencia personal. O sea, que el centro histórico de Oporto haya sido declarado Patrimonio de la Humanidad, por ejemplo; que la librería Lello sea reputada como una de las más hermosas del mundo, por ejemplo; la belleza del café Majestic, por ejemplo; todo ello se le da una higa al posverdadista: Oporto es una mierda y no hay más posverdad que la mía. Eso es la posverdad: la estafa, la falsedad, la mentira, la trola de toda la vida.

Nada tengo que decir a quien no le gusten Oporto, Venecia, los langostinos, la música de Bach o de los Beatles, la volea de Zidane al Bayer Leverkusen, la mar, las puestas de sol vistas desde La Caleta, los autorretratos de Rembrandt o la febrilidad cromática de Turner, la charla amistosa y ocurrente paseando, las bufandas de lana cálida o "Breaking Bad". Si dice "no me gusta", pues ya está, con no frecuentar mucho su compañía estoy al cabo de la calle. Pero, para vencer a la barbarie, generaciones y generaciones de lo más granado que ha dado la humanidad se han ido poniendo de acuerdo en la diferencia entre lo que "es" deseable, y hermoso frente a lo indeseable y feo. Un canon que se puede revisar, claro, cuantas veces se quiera. Pero un canon sin el cual estaríamos perdidos, pues valdría todo: ¿Son "Las Meninas" un horror y una rata en descomposición el mejor adorno para lucirlo sobre la mesa en la cena navideña? Venga, seamos serios. De aquellos polvos del "todo vale" vienen los lodos de la posverdad. Vivan el rumor, la maledicencia, el dato sin comprobar, la difamación y la calumnia. Construye la verdad en tu propia casa o cómprala en la teletienda. Si tú lo dices, "es". Adiós al modesto "no me gusta". Trump es progresista y respetuoso. "Libertad, igualdad y fraternidad" es una proclama estúpida. "Viva la muerte, muera la inteligencia" es el mejor lema jamás inventado. Oporto es un asco. Posverdad, amigos.

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