La culpable de negligencia Christine Lagarde, directora del Fondo Monetario Internacional (FMI), ha quedado dispensada de pena alguna por un viejo asunto de cuando era ministra de Economía. La sentencia dice que la culpable de negligencia tiene tanto prestigio internacional que su negligencia por valor de 403 millones de euros ni acarrea pena ni deja constancia de antecedentes penales. Cómo será de eficaz la sentencia que se me está olvidando a tal velocidad que haya ocurrido un "affaire Lagarde" que no sé si llegaré al final de la columna.

Los tres jueces y doce parlamentarios responsables de la sentencia no han hecho nada que no hubiera apuntado la actitud del fiscal. El defensor de los intereses del Estado francés había pedido la absolución para Lagarde porque consideraba que su actuación tenía una responsabilidad política pero no penal. El Estado francés fue el perjudicado cuando Lagarde no recurrió una sentencia que le obligaba a pagar esos 403 millones a Bernard Tapie, que había sido dueño de Adidas y político de amplio espectro que iluminó desde la izquierda verde al socialismo mitterrandiano para acabar dando su apoyo a la derecha de Sarkozy.

El prestigio es un conjunto de alta costura reversible y para toda ocasión, hecho con fibras inteligentes que endurecen como un escudo sin que se resienta la elegancia porque la actuación negligente de Lagarde tuvo responsabilidad política pero fue políticamente recompensada por otros políticos proponiéndola a la dirección general del FMI, un puesto de prestigio. Una docena de parlamentarios y un trío de jueces la eximen de cualquier responsabilidad penal porque el prestigio que se le dio para que dirigiera el FMI, pese a su negligencia con responsabilidad política, ahora ha aumentado a internacional por dirigir el FMI y hay que evitarle el rayón de cualquier antecedente.