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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

La dignidad

Cada día está más claro que la gente se fía poco de las movilizaciones

Más allá de la guerra de cifras -habitual, pero que en esta ocasión recordó la de Gila; la diferencia en el cálculo de 30.000 personas de las centrales y 4.000 de la Comunidad de Madrid parece un chiste-, cada día está más claro que la gente se fía poco de la efectividad de las movilizaciones. Y menos aún si se convocan "por la dignidad de los trabajadores" y lo hacen quienes estuvieron o están implicados en la merdée de los cursos de Formación como fuente de financiación "indirecta". Que ya se sabe qué es.

(El "pinchazo" de las dos centrales mayoritarias a la hora de llevar asistentes a su protesta del domingo en Madrid no solo se explica por la pérdida de credibilidad que padecen tras sus escándalos o la de militantes por su falta de soluciones. Es que, además, persisten en su manía de enfocar los problemas desde la óptica de los partidos, sobre todo de los que peor la analizan; y mientras estos menguan en votos, las centrales lo hacen en afiliados.)

Lo dicho, que fue medible en Madrid, igual que en Galicia en días anteriores -y que es una opinión, por supuesto- tiene tanta influencia en lo ocurrido como la muy probable inoportunidad de las convocatorias. Justo después de que el Gobierno, tras diálogos con otras fuerzas, aceptase el aumento del salario mínimo, los sindicatos, al día siguiente de una cita en Moncloa, se alborotan. Uf.

Pero hay, probablemente, algo más. La apelación, tanto de Toxo como de Álvarez, en el mítin madrileño, sonaba demasiado a política como para que no empujase a la desconfianza. Sobre todo con su apelación conjunta, que tanto recordaba a las prédicas de Podemos, para llevar a la calle sus reivindicaciones. O, dicho de otro modo, a una especie de desconfianza hacia los cauces "normales" del sistema para resolver problemas, que pasan por el Parlamento.

Es evidente que la democracia no se agota en esos cauces, y que la política no es un mal, ni el Parlamento un bien absoluto. Ni que la calle se convierta necesariamente en otro motín de Esquilache cuando se protesta en ella; cosa diferente es que haya soluciones duraderas desde ella o fuera de la democracia parlamentaria, que sigue siendo el mejor de los métodos posibles. Y allá cada cual cuando escoja el sistema que prefiera: lo malo es si se equivoca.

Ocurre, quizá, que los sindicatos, visto el fracaso de los partidos radicales a la hora de cambiar las cosas, y el lío interno del PSOE, cogido entre los fuegos del sentido común y el populismo, quieran basar su protagonismo social en intentar lo que otros no pudieron. Pero ese no es su papel, la gente lo sabe y por eso les volvió la espalda ahora.

¿Eh?

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