Los límites de la legislatura están bien claros. Hay cosas que no se tocan, como las leyes que marcaron el perfil más ideológico del PP en su tiempo de mayoría absoluta. La renuncia a los aspectos controvertidos de la Lomce, una ley tan mal diseñada que se convirtió en una incordio incluso para quienes la gestaron, parecía una promesa de otros cambios. Vana esperanza. Sin recurrir al tono incluso amenazante con que, en el debate de investidura, advirtió ya de su negativa a renunciar a los pilares legales de su primer mandato, Rajoy se reafirmó ayer en la Ley de Seguridad Ciudadana del extinto Jorge Fernández. Tampoco se toca la reforma laboral, ni siquiera para acabar con la pobreza asalariada que fomenta, una versión de lo que la historiadora premio Princesa de Asturias Mary Beard identifica como "nuevas formas de esclavitud aunque no las llamemos así".

Con la llave de la legislatura en sus manos, cualquier amenaza, todavía lejana por la prolija andadura parlamentaria, de deconstrucción normativa puede derivar en una vuelta a las urnas. Hay un horizonte de cambio mucho más limitado del que pintan quienes ven promesas de tiempo nuevo en los juegos florales de las mociones parlamentarias en las que el PP sale derrotado. Victorias simbólicas, todas vuestras, vino a decirles ayer Rajoy en el Congreso.