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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Veinte minutos al teléfono

Donald Trump, presidente electo de Estados Unidos, habló por teléfono con Mariano Rajoy, presidente del Gobierno de España. Según fuentes oficiales, la charla duró 20 minutos y durante la misma se expresó el deseo de ambos mandatarios de reafirmar las buenas relaciones entre los dos países además de intercambiar puntos de vista sobre la crisis económica mundial, el Brexit, el terrorismo yihadista y la importancia estratégica de las bases militares norteamericanas en nuestro país.

Demasiada agenda para tan poco tiempo. Veinte minutos no dan para mucho y menos todavía si ambos interlocutores necesitan intérprete porque ni uno domina el español ni el otro el inglés, por lo que hay que deducir que después de las salutaciones, despedidas y otras formas de obligada cortesía, quedó poco margen para tratar a fondo las materias sobre las que supuestamente dialogaron.

Pero en este tiempo de mensajes cortos, imágenes engañosas y medias verdades cuando no mentiras enteras, lo importante es la visibilidad de la simulación. La idea que se pretende transmitir es que ambos dirigentes se llevan bien (aunque hasta la fecha no hayan mantenido trato directo) y coinciden en sus puntos de vista sobre lo principal (economía, defensa, etc.). No obstante, nadie ha informado con claridad sobre quién descolgó primero el teléfono para llamar al otro. El comunicado de la presidencia de Gobierno española no lo aclara y se refugia en una redacción ambigua de la que solo se deduce que Trump y Rajoy hablaron durante veinte minutos sobre una serie de asuntos. Y lo mismo hacen los medios que se hacen eco del acontecimiento.

La cuestión no es baladí. Que alguien tome la iniciativa de llamar a otro y que ese otro se ponga al teléfono inmediatamente tiene una importancia protocolaria de primer orden y transmite una sensación de autoridad incuestionable. Cuando Fraga se hizo cargo de la presidencia de la Xunta de Galicia se elogiaba su capacidad de influencia en Madrid (aunque allí no hubiera un gobierno amigo) haciendo ver que se le ponían rápidamente al teléfono y no tenía que andar mendigando entrevistas. Por tanto, es fundamental que sepamos cuanto antes si Trump llamó a Rajoy o fue Rajoy el que tomó la iniciativa.

Las relaciones de nuestros presidentes con los presidentes norteamericanos siempre estuvieron impregnadas de un cierto aroma de subordinación, un complejo que quizás se remonta a la guerra de Cuba. El más desahogado en ese sentido fue Aznar al que, a cambio de una foto vergonzosa en las Azores, se le permitió poner las botas sobre la mesa en el rancho tejano de la familia Bush.

Los dos que lo siguieron en el cargo no llegaron a tanto. Zapatero tuvo que purgar aquel supuesto desaire a la bandera norteamericana no levantándose a su paso durante un desfile militar cuando era jefe de la oposición. Y a Rajoy se le medía el tiempo y los saludos que le dedicaba Obama cuando coincidían en un acto diplomático.

Al margen de todo eso, es objeto de bastantes comentarios el hecho de que Trump hubiera hecho alusión a la "magnífica ciudad" de Barcelona, donde estuvo brevemente para dar unas charlas, por cierto muy bien pagadas. Trump tiene opiniones curiosas sobre España. "Es un país enfermo y este es el momento de aprovecharlo", dijo a la NBC.

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