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Daniel Capó FdV

Los supervivientes

El fundador de los jesuitas recomendaba no hacer mudanza en tiempos de desolación. Sospecho que Rajoy, alumno en León de la Compañía de Jesús, aprendió bien esa lección. En todo caso, su instinto político se alimenta del desgaste del adversario y la erosión de las expectativas. Por supuesto, no es una posición absurda, aunque sea insuficiente: en la historia, los periodos de cambio se caracterizan por las contradicciones internas que chocan y combaten sí.

Refiriéndose a las formas de gobierno -monarquía o república, nación o imperio-, el ensayista francés Pierre Manent hablaba del "momento ciceroniano", caracterizado precisamente por esa encrucijada entre una forma política antigua y una nueva que pugna por salir. Y ese no man's land es el lugar donde se instala la desolación, como una tierra inundada tras el diluvio.

El aluvión del populismo -del "Brexit" a Donald Trump, de Syriza a la derrota de las posiciones del gobierno en el referéndum italiano- argumenta a favor del inmovilismo de Rajoy. Se trata de un dato que las cancillerías ya empiezan a tener en cuenta. Si -como afirmaba Koestler- nadie sale incólume de una época de crisis, las marchas cortas ayudan a evitar los derrapes. Reformismo sí, pero en dosis homeopáticas. Los ajustes presupuestarios -una vez pasado lo peor-, vía impuestos a los vicios (tabaco, alcohol, bebidas azucaradas). En lugar del "momento ciceroniano", lo que guía a Rajoy es el principio lampedusiano de cambiar lo imprescindible para seguir aproximadamente igual.

Las dimisiones de Cameron y Renzi, el fiasco del dúo Obama/Clinton, el acaloramiento del "Brexit", el fracaso de Hollande y la crecida de los partidos situados en los extremos del arco parlamentario han puesto en valor la estrategia del Presidente del Gobierno español.

Si no quieres quemarte, no juegues con fuego -léase, por ejemplo, la reforma constitucional o el referéndum independentista-, a pesar de las críticas que te pueda merecer esa actitud. Y algunos resultados parecen avalar su posición: el crecimiento económico -pujante a día de hoy en el contexto europeo- o la relativa estabilidad política que muestra el país. De hecho, el incipiente pacto que se va forjando entre el PP y el PSOE de cara al presupuesto -con guiños como la subida del salario mínimo, la negociación sobre la Ley Wert o la aprobación del techo del gasto- aventuran la posibilidad de una especie de gran coalición en la sombra, aunque sea por razones tácticas.

Si el crack de 2008 transformó el liderazgo político en Occidente, con la caída de los presidentes y primeros ministros que habían tenido que gestionar el oleaje de una crisis financiera brutal, Rajoy y Merkel emergen ahora como raros supervivientes en medio del maremoto ocasionado por los movimientos populistas. En una Unión Europea que corre el riesgo de descomponerse debido a la aluminosis de algunos de sus principales componentes -el Reino Unido, Francia, Italia-, Madrid y Berlín se convierten en extraños oasis de estabilidad.

No deja de ser sorprendente. Ni Rajoy ni Merkel sobresalen por un carisma desmesurado ni por una brillantez teórica. Su liderazgo se caracteriza por el conservadurismo más que por la innovación: no construyen, pero intentan mantener las vigas maestras del edificio administrativo. Tal vez no sean líderes de futuro, pero tampoco les gusta jugar con pólvora. No, en exceso, quiero decir.

En tiempos de desolación, la capacidad de no apresurarse resulta un valor político. Con Renzi descabezado -en una Italia incapaz de reformarse-, Bruselas observa cada vez con más aprensión los resultados de las ocurrencias políticas. Beppe Grillo llamó a los italianos a "votar con las entrañas" y ya sabemos qué sucede cuando dejamos que sean las entrañas -y no la razón o la prudencia- quienes guíen nuestros pasos. Lleva años construir sociedades relativamente funcionales y poco -o muy poco- tiempo destruirlas.

Con la estabilidad España vuelve a situarse en el centro del tablero europeo, no ya como el enfermo del continente, sino como un caso de perseverancia. Los daños sobre el cuerpo social han sido muchos por supuesto y conviene acelerar los plazos de la mudanza después de la tormenta. La debilidad parlamentaria del gobierno marca una senda que ya no tiene vuelta atrás. Rajoy el superviviente tiene que ponerse en marcha.

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