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A DIVINIS

Gay sano, gay enfermo

Sobre los movimientos extremados en torno a la homosexualidad, el sexo y el género

Con creciente preocupación observamos que la Iglesia ha ido extremando su criterio sobre la homosexualidad, y que Sodoma y Gomorra, presas del fuego de Dios, iluminan hoy con mayor intensidad el criterio de prominentes eclesiásticos, en lugar de aplicar las perspectivas más serenas de tiempos atrás. El problema verdaderamente serio es que, ahora mismo y de modo inverso y complementario, los colectivos LGBTQ (Lesbianas, Gays, Bisexuales, Transexuales y Queer, que incluiría pansexuales, intersexuales, etcétera), están imponiendo enfoques inquietantes, particularmente en transexualidad, a esos hombrecitos y mujercitas que, salvo excepciones, poseen escasa visión, reflexión o conocimiento, y que hacen cada vez más "el payaso, el jabalí o el tenor" (Ortega), y que familiarmente llamamos políticos.

A esto último nos referiremos después, pero en cuanto al asunto eclesial el caso consiste en que la vaticana Congregación para el Clero acaba de republicar el documento "El don de la vocación presbiteral", una instrucción sobre formación de sacerdotes en los seminarios y en la que se prohíbe expresamente el ingreso de homosexuales y su llegada a la ordenación sacerdotal. Esto era disciplina ya difundida desde hace un decenio, pero lo que causa preocupación es cómo ahora se desliza suevamente en ello cierta doctrina extrema. En síntesis, el homosexual es descrito como persona aprisionada por la inestabilidad psicológica, bien en un sentido general o en otro temporal. Pero, entonces, ¿qué haremos con aquellas palabras del Papa Francisco?: "Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?". No son fáciles de conciliar ambos enfoques, aunque el documento de marras lleva la autorización del Pontífice para su publicación.

El meollo del documento afirma: primero, que "la Iglesia, respetando profundamente a las personas en cuestión, no puede admitir al Seminario y a las Órdenes Sagradas a quienes practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas o sostienen la así llamada 'cultura gay'"; segundo, que "dichas personas se encuentran, efectivamente, en una situación que obstaculiza gravemente una correcta relación con hombres y mujeres"; y, tercero, que "tales tendencias deben ser claramente superadas por lo menos tres años antes de la ordenación al diaconado" (paso previo al sacerdocio).

Esto último insinúa uno de los puntos más críticos, a saber, que el homosexual debe curarse, o ser curado, y entonces sí podrá acceder al orden sacerdotal. No obstante, seguirían quedando fuera quienes presenten "tendencias homosexuales profundamente arraigadas" (es decir, ¿los gais no susceptibles de curación?), o los que "practican la homosexualidad (a efectos de celibato, ¿no sería lo mismo la homosexualidad practicante o abstinente que la heterosexualidad practicante o abstinente?).

La curación de los homosexuales es una idea creciente en ciertos estamentos católicos desde hace unos años. Una idea pervertida si tenemos en cuenta aquellas palabras más serenas del Catecismo de la Iglesia Católica: "Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas" (un hecho objetivo). A partir de ahí, el Catecismo sí realiza una calificación moral de la homosexualidad practicante como "intrínsecamente desordenada". Finalmente, les pide a lo gais lo mismo que al común de los creyentes: "Las personas homosexuales están llamadas a la castidad" (en efecto, a los hetero se les pide también la castidad, que vivan como hermano y hermana, una vez que hayan cumplido con la heroica tarea de traer a sus hijos al mundo; y esto no es una exageración, sino la doctrina católica exacta sobre el matrimonio; otra cosa es que gran parte del clero de la Iglesia, hombres prudentes, procuren razonablemente meterse lo menos posible en las camas de sus feligreses; en suma, moral de máximos y práctica de mínimos en un edificio doctrinal peligrosamente resquebrajado).

Volvamos a los gais y a ese deslizamiento hacia la terapéutica de su condición. Y ello sin contar con que el citado documento pulveriza la Teología Espiritual al dictaminar implícitamente que la vocación ("llamada" de Dios), resulta imposible e intolerable en el homosexual arraigado.

Pero vamos a llamar al "Séptimo de caballería", que durante el pontificado del jesuita Bergoglio está siendo la propia Compañía de Jesús (como lo pudo ser la Acción Católica con Pablo VI o el Opus Dei con Juan Pablo II). El jesuita James Martín es el director de "America Magazine" (equivalente a la española "Razón y fe", la francesa "Etudes", la italiana "Civiltà Católica" o la alemana "Stimmen der Zeit", entre otras varias), y ha declarado lo siguiente: "Las personas que estaban abiertas a aceptar hombres gay sanos en los seminarios todavía lo harán y el hecho es que hay miles de sacerdotes gais sanos y solteros y célibes en todo el mundo". Gay sano, gay enfermo, esa es la cuestión.

Pero, ¿dónde colocamos el '¿quién soy yo para juzgar?', del Papa Francisco? Respondamos oblicuamente con una reflexión de Ángela Merkel, canciller alemana y cristiana, ante prominentes eclesiásticos de su país (y ojo, porque el episcopado alemán pasa por ser el más abierto del Occidente católico). Merkel vino a decirles que siguieran colocando pesados fardos sobre las espaldas de los creyentes y así acabarían viendo una Europa vacía de cristianos y llena de resistentes musulmanes (esto no quiere decir que la moral islámica sea más liviana; al contrario, pese a sus grietas, la moral católica en su conjunto sigue siento altamente preferible, ya que sus máximos se compensan con una comprensión más ajustada de los individuos).

Por último, hagamos una visita a la otra orilla. Hemos escuchado fragmentos de una charla ofrecida por una asociación LGBTQ a alumnos y padres (por separado), de un colegio público de Madrid. Una charla acorde con la nueva Ley de Identidad y Expresión de Género de esta comunidad autónoma. En ella explican que existen "niños con vulva y niñas con pene", en referencia a los casos de transexualidad y a la (problemática) diferenciación entre sexo y género. Nos faltan datos, pero nuevamente calificamos de inquietante que la formación sexual de la gente menuda comience por el capítulo de los hombres metidos en un cuerpo de mujer o su viceversa. Pero no existe mayor temor en un político conservador que le acusen de ser conservador. Por ejemplo, podría suceder esto en el caso de la presidenta madrileña, tal vez progresista encerrada en un cuerpo conservador, o conservadora encerrada en un cuerpo progresista).

Resumiendo: las cosas se extreman en ambas trincheras.

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