Salvo caso rarísimo de mala praxis profesional nadie culpa al galeno de la muerte del paciente. Todos entendemos que doctoras, comadronas, médicos hacen lo que pueden ateniéndose a protocolos usuales en el estado actual de la medicina. El caso de los economistas es bien distinto. Se observa en la opinión pública gran desconfianza para con las políticas económicas achacándoles en última instancia la responsabilidad de las disfuncionalidades del sistema que son de su competencia, al menos indirecta: paro, pobreza, desigualdad, servicios públicos deficientes, deterioro medioambiental, desclasamiento social e incluso, si bien se mira, estancamiento demográfico, retroceso en la esperanza de vida (Francia y EE UU, verbigracia) y malos resultados escolares o scores del Informe PISA ¿Está justificada la demonización de los economistas?

Desde la ética y la lógica de discusión de barra de bar, sí. Todo el mundo se considera capacitado para resolver los problemas económicos y cuando estos aparecen es porque los que gobiernan se han repartido la pasta con los amigos. Y punto. Con una ecuación mejor planteada la solución no es tan fácil puesto que la modelización atinada y previsiones en economía son aún más difíciles que en meteorología.

La primera imprescindible dicotomía salva a los economistas empresariales de la quema. Después, dentro de la ciencia o teoría económica propiamente dicha se constata una separación bastante neta entre microeconomía y macroeconomía, aunque se haya intentado dotar a esta de fundamentos microeconómicos. Pretensión, en mi opinión, más ideológica que científica amparada fraudulentamente en el individualismo metodológico.

La política económica global se encomienda generalmente a personas competentes en macroeconomía. Las políticas sectoriales requieren otro tipo de especialización. La macroeconomía abarca la política presupuestaria y fiscal y, sobre todo, la política monetaria incluyendo el tipo de cambio. Sabedores que la política presupuestaria y fiscal está restringida por los acuerdos que nos aherrojan al euro, la monetaria reposa en manos del BCE, poco margen queda para implementar políticas económicas autónomas en cada país.

| Un libro estimulante. Las anteriores consideraciones deberían eximir parcialmente a ciertos macroeconomistas -a los españoles, entre otros- de su responsabilidad, si la tuvieran, pero no absuelve a aquellos que se someten ciegamente a una ciencia cuyos fundamentos son más que discutibles. En este sentido, el catedrático Juan Torres lleva años entregado al saneamiento intelectual -forzosamente crítico- de los aspectos más toscos, tóxicos e ideológicos de la ciencia económica. En un espléndido libro de reciente edición (Economía para no dejarse engañar por los economistas) Juan Torres entra a fondo en el tema planteando 50 preguntas a las que da respuestas tan sugerentes que obligan a reflexionar al lector más escéptico. Digamos, para simplificar, al lector de derechas.

Urge precisar que se ha instalado notable confusión mediática en torno al verdadero quehacer del profesor Torres. En la semana que hoy termina, Manuel Jabois -columnista estrella de EP- pasó unos días en mi casa, en París, y aproveché para organizar una cena con Juan y su esposa -Lina, también catedrática de ciencias económicas en Sevilla- que andaban por aquí. Jabois, columnista mordaz de gran calidad estilística, es persona bien informada por profesión y vocación. Por ello me sorprendió el comentario a mi invitación. "Por supuesto, me encantaría cenar con el economista de Podemos". Debe quedar claro, no sería ninguna vergüenza, pero Juan Torres ni es ni nunca fue el economista de Podemos. Colaboró en la elaboración del borrador de un programa muy general de Podemos y de ahí no pasó. El profesor Torres es un electrón libre que con la misma naturalidad y afecto estrecha la mano de Mario Conde que la de Cañamero y se sienta a reflexionar de economía con miembros del Partido Comunista o conmigo que, sobra decir, soy el enviado ideológico de Frankenstein en la Tierra. O eso dicen.

Las anteriores aclaraciones me parecen necesarias toda vez que ayudan a entender por qué la ciencia económica está tan desprestigiada: por el sectarismo de algunos economistas. Desconsiderar a priori entre colegas la obra fecunda del profesor Torres al haber colaborado en la distancia con Podemos es propio de sectarios repelentes. En política monetaria es uno de los raros sabios europeos que tiene claro cuál es el papel de la moneda en la economía allende los consabidos lugares comunes. Desde el primer minuto se alzó contra el diseño del euro y desde el primer segundo valoró la importancia de una moneda complementariamente paritaria. Y no es mérito menor que en un artículo premonitorio (El pasado mañana de Estados Unidos, en su blog Ganas de Escribir http://www.juantorreslopez.com/) haya anticipado prácticamente el triunfo de Trump analizando datos de la economía estadounidense.

| Coincidir en lo fundamental. Suponga el lector que dos médicos de distintas creencias o ideologías se enfrentan en un parto a la disyuntiva de salvar a la madre o al niño. Se entiende que puedan mantener posiciones enfrentadas, pero si finalmente llegan a un acuerdo -salvar al niño, por ejemplo- se entendería menos que no coincidiesen en el método a seguir. Científicos y profesionales pueden mantener divergencias ideológicas -en economía, más que frecuentes son habituales- pero deben compartir la valoración de elementos fundamentales. El profesor Torres y yo -por encima de ocasionales diferencias- compartimos el mismo enfoque respecto a lo que no es la ciencia económica. Y tanto es así que coincidimos en la apreciación de que varias hipótesis y constructos constitutivos del paradigma dominante han generado tremendos estragos teóricos, los cuales, por sus consecuencias prácticas, han alicortado la envergadura del bienestar social potencial.

| Ejemplos. Los consumidores son manipulados por varias vías. Una, entre muchas, fluye explotando los sesgos cognitivos que todos padecemos. Por ejemplo, condicionándonos para asumir artificiosas necesidades económicas. Es una de las razones por las que a pesar del aumento del PIB real por cabeza en los últimos cien años muchas familias no puedan llegar a fin de mes. Bien lo explica el profesor Torres, la racionalidad del Homo economicus es una caricatura de la del Homo sapiens. En la realidad, el mercado explota los sesgos cognitivos del Sapiens.

Y aunque la teoría económica ya la toma en cuenta, también la información asimétrica permite estafar a los consumidores. Días atrás hemos leído que en EE UU los productos homeopáticos deben informar de que no curan. Caso paradigmático de información asimétrica, lo saben los propios fabricantes mejor que los ingenuos y manipulables consumidores. Pero incluso a personas poco sugestionables y muy competentes se les puede vender gato por liebre. La complejidad técnica de derivados financieros, verbigracia, es tal que no pocos economistas se han dejado embaucar. ¿Qué decir de las multinacionales fabricantes de medicamentos y pesticidas? La información asimétrica está en la base de parte de los beneficios que obtienen.

Un amigo me decía el otro día que los engaños se dividen en mentiras y patrañas. Hay mentiras tan bien construidas que por su sofisticación los propios urdidores acaban creyéndolas sinceramente. Pero las patrañas -Breogán y su torre, sin ir más lejos- son tan groseras que solo las tragan los tontos. En economía, el equilibrio general, coronado por el óptimo de Pareto, es una mentira brillantísima en su construcción formal. La función de demanda macroeconómica de trabajo es una patraña. Afirmar que una disminución general de salarios aumentará el empleo (curva con pendiente negativa) ni está analíticamente justificado ni empíricamente probado. Sí puede ser cierta la afirmación en relación a una empresas o colectivo de trabajadores poco cualificados, pero no en el contexto global. Otro tanto sucede con la función de producción agregada como demostró W. W. Leontieff en sendos artículos memorables (1947a, Bulletin of American Mathematical Society; 1947b, Econometrica) cuyas enseñanzas, no obstante, cayeron en saco roto.

| Salvedades. Sin embargo, deseo que no se malinterpreten estas líneas. El déficit público que dejó Zapatero en 2011 representaba el 8,9% del PIB, lo que disparó la prima de riesgo al gastar el Estado 90.000 millones de euros más de lo que ingresaba. El actual partido gobernante se encontró en el 2011 con un incremento del 30% en la partida destinada al pago de intereses. Para hacerse una idea de lo pesada que resulta dicha carga para el Estado, sépase que la partida destinada al desempleo, en 2014, alcanzó 25.000 millones de euros, 30% menos que los intereses de la deuda. Los intereses -concepto para el que se han destinado 33.490 millones de euros en los PGE 2016- superan la suma total de las partidas destinadas a políticas sociales -en las que se incluyen las prestaciones por desempleo- a pesar de que el gasto por intereses se ha reducido en un 5,6% con respecto a los 35.490 millones del 2015 (solo 17.000 millones en el 2007). Se sigue que si no hubiera deuda se podrían financiar sin problema políticas sociales ampliamente generosas pero el Estado debe dedicar el 3,2% del PIB al pago de intereses en el 2016.

Por tanto, siendo muy crítico para con el núcleo teórico del paradigma dominante en ciencias económicas -enfoque que comparto con Juan Torres- considero que mientras estemos dentro del euro hay que cumplir los acuerdos en aras de no empeorar las cosas y asimismo estimo que las restricciones que impone la contabilidad nacional deben respetarse por encima del radicalismo teórico. Distinto es seguir investigando para transformar la teoría económica en auténtica ciencia al servicio del interés general. De momento, no hay más cera que la que arde.