Se atribuyen a Lincoln unas conocidas palabras repetidas luego por otros presidentes norteamericanos: "Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo". La información que circula hoy por las más variadas fuentes, desde las tradicionales a las digitales que han irrumpido con tanta fuerza, pese a su gran diversidad, pueden estar generando tópicos o tendencias de notable uniformidad. De ahí el éxito que ciertos medios heterodoxos obtienen precisamente por apartarse de dicha corrección política, hasta que acaban sucumbiendo también a ella, pero de distinto signo.

Esta indigestión de ideas prefabricadas puede estar provocando ya un efecto contrario. La frecuente coincidencia de la línea argumental del establishment con buena parte de sus altavoces mediáticos, provoca de inmediato un recelo espontáneo en amplios sectores de población, lo que se traduce en relevantes sorpresas electorales.

El estrepitoso y constante fracaso que encadenan los sondeos de opinión va también por esa línea. Todo parece indicar que existe una idea externa que puede compartir el statu quo general, pero que desde luego no coincide con la verdadera intención ciudadana. Es decir: el hartazgo hacia determinadas posiciones sobre las que machaconamente se insiste, incluso a escala internacional, se está volviendo toda una discreta reacción colectiva frente a tal estado de cosas, algo que ha fructificado en resultados de consultas contrarias a lo predecible o en la elección de candidatos que habían concentrado la repulsa general de todos?, menos de los votantes.

En esta nueva coyuntura, en la que la influencia sobre el elector queda tan difuminada, cobran trascendencia otros elementos. El primero es el declive que los métodos de propaganda de masas experimentan, postergados por campañas con escasos recursos y calculadamente diseñadas. El segundo, la importancia que debe darse a la formación del electorado para que sepa descubrir intuitivamente las evidencias de lo que no puede traer más que problemas, frente a lo que se presenta a todas luces como lo más razonable.

Este propósito resulta crucial en el tiempo presente. Y pasa porque las opciones que cuentan con ideario contrastado y personas idóneas, que las hay, no caigan en el espejismo del marketing, advirtiendo con rigor y seriedad los desafíos a los que nos enfrentamos, trabajando sin mirar a la cámara y combatiendo el populismo y el trazo grueso, sea de la orientación que sea, con la responsabilidad, profesionalidad y el sentido común.

Todo esto se resume en un interrogante: ¿podrían haber vencido el Brexit, Trump, o el no al referéndum italiano, de haber existido enfrente alternativas sensatas que siguieran esos deseables patrones? Nunca lo sabremos, pero lo que es seguro es que quizá se hayan puesto en bandeja esos controvertidos triunfos, al no encararlos a través del debido contraste, valioso y prudente.

Con todo, pronto veremos cómo sigue siendo imposible engañar a todo el mundo todo el tiempo, aunque se haya podido hacer momentáneamente para ganar en unas urnas gracias al hastío de quienes han buscado un deliberado efecto contrario a tanto telediario con las mismas noticias.