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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Coche y cónyuge duran casi lo mismo

A los españoles les dura el coche una media de doce años y la esposa (o esposo) unos dieciséis; aunque esas dos cifras tienden a converger progresivamente. Bien pudiera ocurrir que, de aquí a poco, el período de duración del haiga se equipare al del consorte e incluso lo supere. De hecho, estos días se ha difundido un informe del que se deduce -erróneamente- que en España es más larga la vida del coche que la del matrimonio. No es verdad aún, pero todo llegará.

Habrá quien repute de frívola la comparación entre coche y cónyuge, aunque lo cierto es que está muy bien traída. El coche y el piso han sido tradicionalmente el fundamento de la vida conyugal española. Unos se casaban aquí por la Iglesia y otros por el juzgado o la alcaldía; pero casi todos lo hacían en realidad por el banco, mediante el acto sacramental de la hipoteca.

El que de verdad oficiaba el matrimonio era el director de la sucursal al dar vía libre a la compra de la vivienda en la que los contrayentes sentaban plaza de casados. El coche era el otro complemento que a menudo se pagaba también con los restos del préstamo hipotecario.

El divorcio, la crisis económica y la mejora de las condiciones de salud han hecho que esta tradición vaya declinando, aunque todavía se mantenga entre las franjas más conservadoras de la población. Somos cada vez más longevos, lo que acaso ponga a prueba nuestro nivel de tolerancia frente a la pareja.

Los matrimonios duran ahora menos por la fácil razón de que la gente vive más. En tiempos menos saludables que los actuales, la principal causa de separación de la pareja era la muerte de uno de los cónyuges (generalmente, el varón). La quiebra de la convivencia se producía, mayormente, por imperativo biológico.

Al aumentar la esperanza de vida, que ya anda por los ochenta años en el caso de las señoras, crecía exponencialmente también el riesgo de aburrimiento. Las parejas empezaron a sufrir la fatiga de los metales, con el resultado de que los divorciados del pasado 2015 estuviesen casados tan solo una media de dieciséis años.

Con el coche sucedió más bien lo contrario. En los viejos buenos tiempos del ladrillo era costumbre cambiar de vehículo cada vez que lo hacía el vecino, en una sana competencia que mantenía las carreteras llenas de automóviles nuevos del trinque. El desplome de la construcción y la llegada de la crisis pusieron fin a todo esto. Se acabó la costumbre de ponerle los cuernos al coche desechándolo cada cinco años, o por ahí, en beneficio de otro modelo más joven, moderno y sexy.

Cuando el dinero dejó de correr a caño libre por las tuberías de la especulación inmobiliaria, los españoles empezaron a guardarle fidelidad a su buga. Tanto, que la media de duración de un coche alcanza ahora la docena de años: solo cuatro menos de la unión que se mantiene con el consorte antes de incurrir en divorcio. Parece ya mera cuestión de tiempo que el coche dure más que la pareja.

Es natural. Después de todo, el coche representa el papel del caballo en otras épocas, cuando los caballeros guardaban parecida -o mayor- estima a sus Rocinantes y Babiecas que a sus Jimenas y Dulcineas. A ello hay que añadir la feliz democratización de las relaciones entre hombres y mujeres por la que también a las señoras puede durarles más el coche que el marido. En la variedad está el gusto, ya se sabe.

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