La izquierda francesa está resignada a no pasar a la segunda vuelta de las presidenciales en mayo. De modo que todo su debate de fondo, el que no sale en los medios pero ocupa muchos minutos de discusión cotidiana, se centra en dilucidar si la diferencia entre la ultraderechista Le Pen y el derechista extremo Fillon justifica ponerse una pinza en la nariz y votar a este último. Si la izquierda francesa no viviese instalada en una resignada división cainita, se pondría la pinza ahora mismo e intentaría un histórico proceso de convergencia para acudir a la primera vuelta con un candidato común. Ni siquiera esa heroicidad le aseguraría el paso a la final, pero al menos la pinza del fracaso le pillaría la nariz entrenada.
