La doble cita con las urnas de este fin de semana ha arrojado dos buenas noticias para quienes se oponen a la deriva autoritaria europea. Por un lado, los ultras austriacos no han logrado hacerse con la presidencia del país y tendrán que esperar a las legislativas de 2018 para ver cuánto valen. Por otro, la derrota de Renzi, por mayoría cualificada del 60%, es un castigo muy democrático a la nada democrática ejecutoria del exalcalde de Florencia. Llegar a la presidencia del Consejo en un golpe palaciego y, para reforzar los propios poderes, desmontar sin consenso alguno el sutil juego de equilibrios de la política italiana era una maniobra que los ciudadanos debían frenar en las urnas. No es una mala noticia que los "grillini" y los padanos den hoy botes de alegría. La mala noticia habría sido que los italianos se hubiesen plegado a la tropelía.
