Las carreteras fueron las grandes protagonistas de las infraestructuras gallegas durante las últimas legislaturas. A la comunidad le costó cuarenta años cerrar sus principales ejes, el atlántico desde Ferrol a la frontera portuguesa por la AP-9 (1973-2004), el de conexión con la Meseta para acceder por autovía a Madrid (1993-2002), el cantábrico hacia Asturias, País Vasco y Francia (1988-2014) y el de la Ruta de la Plata con Andalucía (1976-2015). Todas ellas demandas históricas de los gallegos para superar físicamente su secular aislamiento agravado por su emplazamiento en la esquina peninsular. Este nuevo mandato tiene que ser definitivamente el del final del tren. El AVE gallego no admite prolongar más los plazos. Necesita que se cumplan las fechas comprometidas de apertura en 2018. Y que la Administración reactive el proyecto de la alta velocidad entre Ourense y Vigo por Cerdedo, clave para la conexión directa con la Meseta de todo el sur de Galicia. Lo contrario sería asestar un golpe definitivo a la vertebración integral del territorio y seguir dando la espalda al área urbana con mayor población de toda la comunidad.

El ministro de Fomento, el popular Íñigo de la Serna, aterriza el lunes en Galicia, en su primera visita oficial. Llega después de haberse reunido ya con los presidentes de Cantabria, Castilla y León, Murcia y Extremadura. Los titulares de Fomento son algo así como los ministros predilectos de Galicia porque la comunidad siempre tiene lleno el cesto de las peticiones de obra. Las precisa, sin victimismos, para equipararse y competir con las autonomías más prósperas. Un buen puñado, en especial de autovías, ya está solventado, aunque otras aún quedan en penosa espera, como la alternativa a la siniestra A-55 Vigo-Porriño o a la AP-9 entre Vigo y Pontevedra por el interior. Y puesto que abordar aquí obras supone mayores inversiones que en cualquier otra parte por la endiablada orografía, los proyectos coleccionan retrasos interminables y nacen casi desfasados.

El mapa económico lleva décadas mostrando, sin corrección, la misma foto fija. Una comunidad de Madrid descollante, que acumula empresas y capital humano. Unos boyantes territorios forales, por el carácter laborioso de sus gentes pero también por sus privilegios fiscales. Un arco levantino emergente, de Algeciras a Barcelona, convertido en la gran red trasnacional española. Y un Noroeste -Galicia, Asturias, Cantabria y Castilla-León- depauperado, demográficamente agonizante e históricamente abandonado a su suerte.

De la Serna afirmó el martes en Valladolid que llegó la hora de relanzar el Noroeste. Lo mismo dijo un lejano antecesor, el socialista Borrell. En 1991 prometió acabar con la España radial y concluir el eje Cantábrico y el de la Plata, con Galicia en uno de sus extremos, que ya llevaban décadas en marcha. Para ver realizado lo que el expresidente del Parlamento Europeo quiso rematar en una legislatura aún habría de transcurrir un cuarto de siglo. Es lógico que los ciudadanos, hasta que los hechos no corroboren las palabras, tomen estas alegrías como brindis al sol.

Las obras del siempre postergado AVE gallego han salido en parte de su letargo gracias a lo avanzado en los últimos años. A la ministra saliente, Ana Pastor, le tocó afrontar con mayor crudeza que cualquiera de sus homólogos las estrecheces presupuestarias impuestas por unas arcas exhaustas. Tuvo que lidiar como pudo con las constructoras y las tijeras de Montoro, enderezar los desaguisados de las facturas pendientes de su antecesor, pero mantuvo firme el compromiso. Y antes que ella, otro gallego, José Blanco, sostuvo vivos el proyecto de la Autovía del Cantábrico y las obras del AVE, por más que dejase los cajones repletos de facturas.

En la nueva etapa que arranca, el AVE gallego vuelve a situarse como la principal de las reivindicaciones. En el pacto con Ciudadanos que permitió la investidura de Rajoy, el PP firmó agilizar los trabajos del AVE a Galicia, único compromiso expreso sobre infraestructuras que incluye el documento, junto con la Variante de Pajares, aunque a diferencia de ésta sin ponerle fecha de conclusión. Es lógico que la experiencia de calendarios anteriores no invite a ser confiados.

A nadie se le escapa por más que Rajoy siga siendo presidente y que Feijóo se erija también en garantía, que es la primera vez en veinte años que no hay en el gabinete ni un ministro gallego, condición que reunían además los dos últimos responsables de la cartera de obras. No es que la condición de paisano garantice de facto un plus a la hora de priorizar infraestructuras en uno u otro territorio, pero sin duda puede ayudar a entender mejor las demandas y la resolución de las cuestiones que le afectan.

El AVE es vital para el desarrollo de Galicia. De boca del ministro esperan los gallegos escuchar fechas concretas para su puesta en funcionamiento, no birles y capotazos. También lo es el corredor directo por el Sur, llamado a convertirse en la salida estratégica de la Eurorregión con el Norte de Portugal, con Vigo enclavado en su mismísimo centro geográfico. Mantener el propósito de acometerlo supondrá cuando menos esperanzador. Pero condenarlo mutilaría una construcción colosal que puede beneficiar mucho a Galicia.

No menos importantes son el cumplimiento de las obras y proyectos en marcha. Asegurar que la ampliación de Rande se ejecute según lo estipulado y en los plazos acordados, que Audasa cumpla con la instalación de medidas antirruido en los accesos a Vigo; que se adjudique como el área metropolitana merece el complejo de Mayne y la estación intermodal; que se haga lo propio con la nueva estación de Ourense; que se impulse la circunvalación de Pontevedra y el nudo de Bomberos, son solo algunos de ellos. En la agenda, Feijóo incluirá la petición de traspaso de la titularidad de la AP-9.

Si quiere trabajar por Galicia, el ministro tiene amplia tarea por delante. Si, rehén de otras circunstancias y presiones, va a hacer poco, al menos que ahorre a los gallegos promesas valdías. De esas están cansados. Ya se ha perdido mucho tiempo después de diez meses de parálisis y es hora de empezar a recuperarlo desde ya. Galicia no espera del nuevo ministro otra cosa que no sea cumplir los compromisos vigentes y demostrar la suficiente sensibilidad y disposición para atender sus justas demandas. Ahora le toca hablar y cumplir.