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Joaquín Rábago.

Un hombre con prisas y sin excesivos escrúpulos

El jefe del Gobierno italiano, Matteo Renzi, parece un hombre siempre con prisas y al mismo tiempo, todo hay que decirlo, sin excesivos escrúpulos.

No los tuvo, por ejemplo, para deshacerse de su correligionario Enrico Letta y hacerse con la jefatura del Gobierno sin pasar por unas elecciones generales.

Y ahora está empeñado en una durísima batalla por reformar la Constitución para simplificar y agilizar la acción de gobierno, su mayor obsesión.

Dicha reforma, que pasa por adelgazar el Senado, que bajaría de 315 a solo 100 miembros, y restarle importantes atribuciones para fortalecer al ejecutivo, es su gran desafío político.

Renzi no soporta las continuas dilaciones y los entorpecimientos del actual sistema bicameral.

La reforma constitucional, junto a la de la ley electoral, daría al partido que consiguiese la mayoría y al jefe del Gobierno un poder muy superior al que tiene actualmente.

Y esto es precisamente lo que motiva el rechazo de muchos, entre ellos el de quien fue su profesor de Derecho en la Universidad de Florencia, Ugo De Siervo.

Junto a otros 56 de sus colegas, De Siervo ha escrito una carta de protesta contra la reforma y aprovecha todas las ocasiones que se le ofrecen para advertir del peligro de recentralización que entraña.

Una "recentralización que no conocíamos desde los años cuarenta", señala De Siervo en referencia al régimen de Benito Mussolini.

La proyectada reforma tropieza también con la oposición frontal del cómico Beppe Grillo, cuyo partido, "Cinco Estrellas", se hizo el pasado junio con las importantes alcaldías de Turín y Roma.

Es rechazada igualmente tanto por la izquierda radical, indignada con el rumbo que Renzi ha impreso al Partido Demócrata y sobre todo con su reforma laboral, como por la derecha populista y la ultraderecha: desde la Liga Norte hasta la neofascista Casa Pound.

El principal problema para Renzi es que el referéndum sobre la reforma constitucional del próximo 4 de diciembre amenaza con convertirse en un plebiscito sobre su gestión al frente del Gobierno.

Y esta no es precisamente halagüeña: el año pasado, por ejemplo, el endeudamiento del país creció en 30.000 millones de euros.

El Producto Interior Bruto está casi un 8 por ciento por debajo del nivel en el que estaba antes de que estallara la crisis y los bancos tienen en sus balances 360.000 millones de euros en créditos de difícil cobro.

Como no dejan de recordar los alemanes, Renzi tiene la suerte de contar con su compatriota, Mario Draghi, al frente del Banco Central Europeo.

Y si la deuda del país está un 40 por encima de la que soportaba hace diez años, Italia tiene que pagar un tercio menos en intereses gracias a que el BCE ha comprado títulos del Tesoro por 240.000 millones de euros.

Italia es un país del que habría que decir, igual que se dice de algunos bancos, que "es demasiado grande para dejarle caer".

Si fracasa Italia, el euro correrá la misma suerte, y con el euro, peligraría la propia Unión Europea, como ha advertido la canciller alemana, Angela Merkel.

Lo que más indigna a los alemanes es lo que perciben como osadía de Renzi, quien, para comprar voluntades ante el referéndum, se dedica a hacer regalos fiscales a las empresas, a los funcionarios y a los pensionistas.

Y ello pese a que la deuda de Italia equivale a un 133 por ciento de su PIB, algo en lo que solo la supera Grecia, un país cuya potencia económica es, sin embargo, nueve veces inferior.

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